Ahora dice Zapatero que va a penalizar a los ricos, y anda media España queriendo saber dónde empieza un rico y termina uno de la clase media, no vaya a ser que seamos ricos sin saberlo y nos acaben gravando el patrimonio, para más rechifla.

El caso es que se ofrecen cifras, umbrales y escalones que no acaban de convencer a nadie, porque los que tienen pasta dicen que la riqueza comienza justo en los que tienen algo más que ellos. Los billetes de 500 euros rulan que da gusto, pero como ni usted ni yo los vemos, no sabemos dónde andan los potentados que los manejan, no sabemos dónde andan agazapados los susodichos ricos.

El otro día Pilar Rahola decía en la radio que un sueldo normal de clase media eran 3.000 euros netos mensuales, ante la carcajada del resto de contertulios y la indignación de los que llamaban al programa asombrados. Y es que así nos va con esta clase política, que tiene los pies en la luna y se cree que la gente se sube y se baja el sueldo como quien toca un acordeón, cuando le da la gana, como hacen sus señorías en el Parlamento canario. Pero no es así.

Ya que no hay forma de distinguir a un rico por sus cantidades, algunos empiezan a proponer pruebas más esotéricas para identificarlos. Si usted tiene envidia a los ricos, dicen, es que no es uno de ellos. Pero bien pudiera ser que los ricos se envidien entre ellos, circunstancia que invalidaría esta bienintencionada proposición.

Otros señalan como rico a aquél que puede vivir de las rentas, una definición que tiene también muchos inconvenientes. Porque estirándola mucho, entrarían en ella algunos funcionarios, que tienen asegurado un sueldo de por vida sin trabajar nunca.

Dicen los grandes economistas que en las crisis siempre hay gente que se hace de oro. Mientras unos penan en la cola del paro hay otros que amasan fortunas, multinacionales que ganan más incluso que antes de la recesión, aprovechando las circunstancias para sacarle todo el jugo y más a sus pobres trabajadores. Todo esto está muy bien en la teoría, pero esas grandes fortunas ya saben cómo camuflarse tras sociedades y otros artificios, para hacerse invisibles a los ojos de Hacienda, que deberíamos ser todos.

Porque los ricos son así. Ostentosos, sacan el cochazo a pasear cuando les da la gana y nos echan el humo del tubo de escape en las mismas narices. Pero cuando se trata de contribuir al fisco, lo ponen todo brumoso y no hay quien los encuentre. Si usted encuentra uno, avise.