Se plantea un peligro para el euro, un caso único, una moneda sin estado ni unidad económica que la respalde. La primera crisis que afronta destapa recelos en los países que lo adoptan y resistencias a ceder soberanía. Las dudas, la pasividad ante la sangría griega son todo un síntoma. Y hay un peligro para España. No se puede vivir eternamente del dinero prestado. La deuda exterior española, pública y privada, la que ha sustentado el tren de vida de los años locos, se acerca a los cuatro billones de euros, que hay que devolver o renegociar a intereses más caros so pena de quiebra. Para afrontar ambas amenazas, que se cruzan, sólo hemos visto medidas inconexas e irregulares. Faltan liderazgo, claridad y contundencia. Los inversores lo notan y no se fían.

El vicepresidente tercero del Gobierno da a entender una mañana que suben los impuestos. La vicepresidenta primera le rectifica a mediodía: no subirán. La vicepresidenta segunda apuntilla por la tarde el desconcierto: puede que suban, pero no ahora. El presidente Zapatero los pone en solfa al día siguiente: subirán. Una semana, con dolor, se congelan las pensiones y a la otra, con aturdimiento, se decide actualizarlas a tenor de la inflación. El secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, declara en una entrevista publicada en LA PROVINCIA/DLP que no toca la reforma fiscal y sólo dos días después el presidente Zapatero lanza, sin aclarar cómo ni cuándo, que hay que exigir un mayor esfuerzo fiscal a "los que más tienen", los ricos. ¿Y quiénes son los ricos?

La bolsa es un buen termómetro para calibrar la marcha de la economía. Los políticos trasladan improvisación y ambigüedad. Los inversores no les otorgan confianza. Se espantan con tanto desacuerdo, tanto vaivén y tanta contradicción. Ni un audaz fondo de 750.000 millones de euros para evitar la quiebra de un país, ni la intervención directa del Banco Central, ni un rejonazo cruel a funcionarios y pensionistas que nadie pensó que osara afrontar alguna vez este Gobierno logran tranquilizarla. La triste realidad es que el parqué apuesta en contra de la recuperación.

Cuando Zapatero, con un desconocimiento incalificable, tilda a los mercados de monstruos sin corazón ávidos de beneficios, ignora que no son únicamente fondos soberanos o potentados quienes los integran. Los mercados son millones de pequeños inversores, desde el oficinista al ama de casa, desde el taxista al militar, que por iniciativa propia o aconsejados por los bancarios que gestionan sus cuentas compran esto y venden aquello con una sola aspiración: obtener beneficio. Ni odiosos especuladores, ni paranoicos conspiradores. Es la dinámica del interés, tan antigua como el capitalismo.

Ahora la consigna es adquirir preferentemente divisas o valores no denominados en euros, consecuencia de la más fría y aplastante lógica. Europa vacila y la bolsa sigue sus oscilaciones disciplinadamente. La canciller alemana Ángela Merkel dudó hasta el último minuto en apoyar a Grecia, aún a riesgo de que todo se hundiera, por un no disimulado electoralismo que la aconsejaba ser ambigua con Europa. El francés Sarkozy tomó el relevo luego y amenazó con abandonar la moneda única ante la tibieza germana para defenderla.

Lo supimos gracias a una revelación tan indiscreta como temeraria que Zapatero hizo a los líderes socialistas para que tragaran el ricino de su ajuste. Si, como aseveran los expertos, salirse del euro es económicamente inviable, ¿a qué amagar con su desaparición?

Los políticos regionales tampoco están para exhibir en el pecho medallas de credibilidad. Lo atestigua esta semana esa rebaja de sueldo que se autoaplican los diputados del Parlamento de Canarias con bochornoso retraso, 23 meses después de empezar la legislatura con un aumento salarial de en torno al 10 por ciento que, a diferencia de los asuntos verdaderamente capitales para el futuro de Canarias, sí concitó paradójicamente la unanimidad de sus señorías.

El analista financiero Michael Lewitt pronostica que las medidas excepcionales no lograrán salvar el euro hasta que los estados que integran la Unión cumplan la parte que les corresponde en la adopción de reformas económicas serias y sostenidas.

El problema de la economía española es la competitividad, y la alergia del Gobierno a romper cualquier statu quo. Hay que producir más, con mayor calidad y a menor coste que la competencia. Con la moneda única, aumentar las exportaciones es el único margen de actuación que les queda a los estados para frenar las malas inercias. Sólo cambios radicales en el mercado de trabajo, en las relaciones laborales o en la paralizante burocracia permitirán alcanzar ese reto, y evitarán que la ciénaga nos engulla. Las medidas que impulsen la capacidad de crear empresas, es decir, riqueza y empleo, corren muchísima prisa. Casi tanta, o más, que planes rigurosos, creíbles y coordinados con los que limpiar las finanzas.

Las cosas tienen que cambiar, incluso en las aspiraciones morales de una sociedad que tolera mal las decisiones duras y de unos gobernantes que no se atreven a tomarlas. No prospera aquel pueblo que prefiere antes vivir de balde a tener iniciativa, en el que un obrero eficiente cobra lo mismo que uno vago, en el que un puesto vitalicio es la ilusión y ser empresario, una mofa. Es lo que el presidente del Consejo Económico y Social de España, Marcos Peña, acaba de bautizar como «la depreciación del valor del trabajo», un espejismo ético que entre tanto artilugio financiero y tanta ganancia fácil conduce al desastre.

En Canarias, el panorama no induce al optimismo: cuando éste empezaba a aflorar en el sector turístico, las expectativas resultaron arrolladas primero por el caos aéreo generado por el volcán islandés, que amenaza con repetirse cíclicamente durante dos años, y ahora por el temor de los empresarios a que la ralentización de la inversión pública lastre sin remedio la salida de la crisis. Pero no cabe rendirse, sino arrimar el hombro. El talento y el esfuerzo del capital humano canario, junto a políticas firmes y coherentes, nos sacará de la crisis. Lo contrario, la vida pánfila, los titubeos y los bandazos, nos acabará destruyendo. Desgraciadamente, no todo, ni mucho menos, va bien en Canarias. Lo que va mal, y lo sabemos todos, es lo que hay que corregir sin perder más tiempo.