Una vez me dijo Jean-Philippe Lecat, ex ministro de la República Francesa y sin embargo amigo, que un Estado comenzaba a desdibujarse desde el momento en el que sus gobernantes no bajaban al supermercado. Eso creaba, dice, un mundo ficticio. Aunque fuera basado en nobles valores comunes, como la igualdad, pero que al aplicarse en bruto, sin matices prácticos ni pisar tierra, originaban unos resultados catastróficos.

Ejemplo: El parto. El Gobierno mandó dar 2.500 euros a toda madre que tenga un hijo. Hay madres que no necesitan 2.500 euros. Es más, les sobran. Y otras que no tienen ni con 8.000. Pero el legislador sólo ve madres, así en general. Se acuerda de la suya, que las pasó canutas, y punto. Nunca imaginó una madre con baberos de Hermés. Hasta que llega el momento, este, en el que no hay euros o baberos ni para unas ni para otras.

Ejemplo 2: La casa social. La Constitución dice que todos debemos tener una casa, perfecto. ¿Pero si había 2.500 euros para madres ricas y para madres pobres, por qué a partir de un sueldo nadie tiene casa social? ¿Da una vida para ponerse a parir hasta reunir por un dúplex? ¿Qué es más práctico, esperar en barbecho a que el Estado te afloje unas llaves o producir riqueza y pagar unos impuestos que precisamente por abonarlos te cierran el acceso a esa vivienda?

Ejemplo 3: El emprendedor. Inventó usted una máquina de pelar gambas. Tiene el plano del local, de la gamba y de la máquina. Ahora debe esperar por decenas de papeles y requisitos de cuatro administraciones distintas pero iguales. Total, que entre el dibujo de la máquina y la licencia de apertura ha desaparecido la gamba como especie y de camino muchos puestos de trabajo. En Estados Unidos usted se pone a pelar la gamba y luego se le estampa el cuño.

Ejemplo 4: El apaño. Uno puede ser fontanero y ofertar con pachorra al cliente: dos chorros, 150 euros. Pero dos chorros con factura, 200. Si el cliente es autónomo le pide el papel porque desgrava. Pero si tiene nómina no, aunque se quede sin garantía por el servicio. Esto es así desde que los sumerios inventaron la cisterna y nadie lo ha arreglado, creando tal masa de trabajo oculto y dinero negro como para montar un estado paralelo.

Una España paralela de casas gratis o carísimas, bancos auxiliados por el Estado con el tributo de los endeudados, madres resueltas de a 2.500 euros el parto y chorros sin factura. Es decir, un país condenado a pelar gambas con las uñas -el que pueda pagárselas-, que ahí está la catástrofe, en la desigualdad creada.