Lo que están consiguiendo las filtraciones de Wikileaks es que la diplomacia vuelva a la era del papel, y que las embajadas se comuniquen con los ministerios de Exteriores a través de canales seguros y por medios que permitan la trazabilidad: saber, como en los alimentos, cada uno de los pasos que da el documento. Los grandes periódicos mundiales que han publicado la cascada de secretos conseguidos por la oficina de filtraciones de la organización fundada por el australiano Assange, coinciden en destacar este aspecto general, la revelación de correspondencia de Estado, sobre los, indudablemente, importantes y escandalosos casos particulares. Aunque hay algunos que en el colmo de la ingenuidad y el arcangelismo se sorprenden de que la Casa Blanca utilice a los diplomáticos como espías.

Los 250.000 documentos, robados gracias a sofisticadas técnicas informáticas, tienen una doble vertiente: por un lado confirman que internet puede convertirse en un colador, y que los gobiernos y los servicios de inteligencia tenían razones para considerar estratégica la lucha contra la piratería del ciberespacio, que ha logrado romper un programa diseñado tras el 11-S. Los ataques que se esperaban, y a los que la OTAN considera una misión esencial en el futuro, tienen diversas formas; y una de ellas, junto a los virus de 'destrucción masiva', es la capacidad de quebrar los cortafuegos hasta llegar al copia y pega de materias clasificadas, que es lo que ha sucedido. Segundo aspecto: la opacidad ha sido sustituida en un segundo por el fogonazo de la transparencia total. Los 'papeles del Pentágono' o las revelaciones sobre el Watergate de 'garganta profunda' (un alto cargo de la CIA dolido por su postergación en la cadena de mando en Langley) fueron consecuencia del periodismo de investigación; la publicación de estos informes de ahora está relacionada con la creación de una asociación dedicada ex profeso a revelar secretos.

Siempre se ha sabido que la correspondencia entre embajadores y gobiernos trata aspectos generales de la política exterior e interior de cada país, incluyendo en el temario asuntos personales, conversaciones, cotilleos y rumores, presiones, acercamientos, espionaje, disfrazado de toda suerte de sinónimos, y valoraciones acerca de personajes de relieve. La 'mayor filtración de la historia' confirma estos extremos, y brinda la oportunidad de leer en directo consideraciones con nombre y apellidos sobre los más diversos temas y políticos, así como constatar sin intermediarios las líneas maestras de la estrategia internacional de EE UU.

Pero en realidad, no hay mucho que no se haya apreciado por otros canales informativos. Que Aznar gestionó mal el 11-M y que eso le costó las elecciones; que Zapatero es un 'cortoplacista' y los socialistas unos románticos trasnochados; que Sarkozy es un creído; que en Rusia sigue mandando Putin; que Clinton ordenó espiar al Secretario General de la ONU; que Washington solicitó información psicológica de Cristina Fernández; que EEUU vigila al turco Erdogan por si tiene una 'agenda oculta' islamista; que países árabes quieren que se impida a Irán tener la bomba atómica... son episodios dados 'naturalmente' por ciertos.

Por encima del interés periodístico del momento está el interés histórico de que se convierten hechos veraces en hechos verdaderos. Estos documentos confirman informaciones que habían sido rotundamente desmentidas o consideradas frivolidades mediáticas. Y permiten escribir una historia real que demuestra que pocas cosas cambian en el 'gran juego'.

Pero, aparte de someter a la vergüenza pública la letra menuda de la diplomacia - nada, por otra parte, que en lo tocante a España no se supiera a través del CNI o de los embajadores, propios o de la UE, o de las 'antenas' del espionaje europeo - todos los países, grandes y pequeños, deben estar preparados para este tipo de 'transparencia' abertzale: cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar.