Lo que está ocurriendo en Túnez y Egipto no se puede explicar si desatendemos el factor tecnológico. Estas revoluciones son, quizá más que nunca, la revuelta de los nuevos contra los viejos. Y la brecha digital decide quién está de un lado y quién de otro.

Uno de los líderes de las protestas en Túnez explicó el modus operandi de sus huestes, cómo, ante la opacidad y la manipulación gubernamental, aprovechaban las redes sociales para pasarse información y quedar para manifestarse de forma sorpresiva. Los que piensen que Twitter, Facebook y compañía son sólo un juego de adolescentes que usan las redes sociales para quedar en la hamburguesería, se equivocan. Son eso, pero también pueden servir para derrocar todo un régimen. Además, gracias a la localización por GPS de los teléfonos móviles y a Google Maps, cada uno de estos insurrectos podía indicar al resto las coordenadas precisas donde se encontraba en cada momento. Frente a esta organización de precisión, los elementos del régimen seguían cazando mariposas.

Este joven lo explicaba claro. "Los del Gobierno son unos sexagenarios que no tienen ni ordenador en sus despachos. Internet es para nosotros lo que para ellos son los satélites y los misiles", decía.

Y este es el estado de cosas. Los dictadores lo tienen cada vez más difícil para controlar la información, y más si son unos analfabetos tecnológicos. Antes bastaba con requisar la multicopista y poner a buen recaudo a los que la estaban utilizando. Por eso algunas dictaduras sólo permiten un internet descafeinado, con limitaciones en el flujo de información. Pero creo que es ponerle puertas al campo.

No sólo los dictadores están desconcertados; las democracias también se enfrentan a un nuevo paradigma. Porque mañana puede salir escaneado en internet el papel con el que ayer se limpió el culo cualquier presidente. Todas estas herramientas tecnológicas están dando forma al mundo que habitamos hoy, sea mejor o peor que el de ayer.