El fútbol es ahora la madre de todas las batallas, el rifirrafe de las tertulias más gritonas, el punto central de los debates más enconados. Un negocio global que transmiten las televisiones de medio mundo, los jugadores convertidos en top-models para anunciar yogures y natillas, calzoncillos y fragancias, no en vano son los preferidos del espectáculo.

La competición está enconada y quien tuvo el poder se negará a aceptar la rebelión de los jovenzuelos que aspiran a establecer un nuevo orden, cómo iba a ser posible que el poder cambiase de manos. De ahí que cada mañana de lunes los diarios deportivos hablen de los presuntos favores arbitrales, de los fueras de juego clamorosos, de los penaltis escamoteados, de los villaratos que conceden todas las ventajas al competidor. Ante todo hay que negar la supremacía del rival, acometerlo desde todos los ángulos.

Desacreditarlo, en definitiva. Todo vale: cualquier estrategia es buena si contribuye al desprestigio de los otros. Nunca el periodismo, cierto periodismo, había sido tan perverso, fanático y manipulador. En vez de cronistas, aguerridos forofos. En vez de un juego deportivo marcado por el azar de que la pelotita entre o no entre, alcemos la madre de todas las batallas. Así, en una presunta jugada de fuera de juego se borra al defensa del otro equipo y se deja al atacante en clara imagen ilegal. Qué más da, se ha hecho otras veces y todo vale con tal de desprestigiar a quienes nunca debieron subirse a las barbas de los emperadores antiguos, dueños y señores de los triunfos.

Luego, a la vista de que la maniobra ha sido desvelada, la imagen se achaca a un fallo de infografía, aquí paz y en el cielo bizcochos. De este modo, un partido se convierte en otra cosa, pues al rival hay que vencerlo por lo civil o por lo criminal.

El viejo pan y circo en todo su esplendor, no en vano la Liga es más importante que la anquilosada economía, el paro adulto y juvenil, o las dificultades para superar la cuesta de enero. Las lanzas se tornan cañas y este fútbol nuestro, ya digo, es el disfraz, la ocultación casi perfecta.