Ha sido muy duro soportar esta semana las conmemoraciones del 23-F, que es en definitiva el aniversario de una cobardía, la noche en que nos encerramos en nuestras casas a verlas venir. Nada que ver con el coraje de los musulmanes que este trimestre plantan cara a sus dictaduras, con mención especial para los libios que luchan contra esa especie de drag queen que les bombardea. El comportamiento de los españoles, la noche del 23-F, no fue muy distinto del que habíamos mantenido durante los años del franquismo. Simplemente vivir la vida como se nos permitía vivirla, sin heroísmo y sin combate, como ordinariamente sucede con la condición humana.

La noche del 23-F no se llenaron las plazas de los pueblos y ciudades de briosos demócratas en contra de la asonada militar. Con el golpe del treinta y seis incorporado en los genes, parece incluso razonable que así fuera. Pero ¿merece esta grisura civil tanto recordatorio, tanto homenaje? El personal hizo mutis en la línea de lo aprendido y practicado durante la dictadura. En el Congreso, solo tres políticos se mantuvieron impávidos en sus asientos, y dos de ellos, Suárez y Gutiérrez Mellado, procedían del franquismo, más el gesto desafiante de otro converso, Manuel Fraga, que ha sido menos elogiado en razón del sectarismo mediático de turno. Contra Franco, sólo una minoría se jugó el tipo y la vida, mayormente afiliados a Comisiones Obreras y al Partido Comunista, que al final eran los mismos. Esos españoles sí merecen un buen recordatorio, y el reconocimiento de todos, y no el 23-F, ante el cual permanecimos bien calentitos en nuestras casas, y del que solo nos salvó el Rey que puso Franco, por más adorable que Don Juan Carlos nos resulte ahora, Y por muy insignificante que nos pareciera, por decirlo piadosamente, cuando salía en la plaza de Oriente haciendo de telonero del general.

La historia es a menudo impura y contradictoria, como la humanidad misma. El franquismo prestó involuntariamente algunos servicios a la causa de la democracia. Contribuyó a la creación de una clase media en los años sesenta, y lleno el país de turistas que, a falta de redes sociales, nos conectaban con el mundo exterior. La dictadura despolitizó hasta tal punto la vida española que incluso el mismísimo Movimiento se quedó más limpio que una patena, por poner un símil con toque eucarístico muy de la época. Los manuales ideológicos pretenden a veces explicar los acontecimientos, pero nunca han conseguido abarcar la sencilla complejidad de la vida cotidiana, mucho más rica y ambigua. El franquismo no significó lo mismo para todos, ni tampoco significo lo mismo para cada uno de nosotros durante todo el tiempo. En la primera mitad de los sesenta, quienes nunca habíamos conocido la democracia tampoco la echábamos de menos. Vestidos de colegiales, nos parecía normalísimo entonar el Cara el Sol el 20-N. A mí me divertía mucho esa fecha, a pesar del madrugón, porque había que conmemorar al gran ausente con la primera luz del alba. Pero el 20-N alteraba la rutina en el colegio, y algunos nos divertíamos moviendo sólo los labios, como haciendo play back con el hit falangista. No por razones políticas, de las que bien poco sabíamos, sólo por llevar un poco la contra a la autoridad escolar.

Hay un periodo limbo, en la vida de muchísimos españoles, en el que todo lo que sucede es normal, sin mancha de anomalía histórica alguna, hasta que llega la hora del despertar antifranquista. Como decía aquella canción de La Trinca, había la primera comunión, y luego la primera manifestación. Durante cuatro décadas, Franco fue un virus que lo contaminó todo. Y como el microbio estacional de la gripe, el general mutaba, adaptándose a las circunstancias, según soplaran vientos hitlerianos o brisas aliadas. Y nosotros íbamos cambiando también de vacuna. Aprendimos a sintonizar la Pirenaica o a localizar las librerías que vendían títulos prohibidos. Y nos manifestábamos cuando estudiantes, con nuestras barbas y melenas, y con aquellas bufandas más largas que el fular que estranguló a Isadora Duncan. La rebeldía contra el régimen formaba parte del pack generacional. Solo faltaba Facebook, hasta en eso tuvo Franco baraka: un dictador sin la amenaza de Internet. Pero sólo una minoría se jugó de verdad el tipo, y merecen ser recordados por su coraje. Así que hablando de la lucha contra la dictadura, y de lo demócratas que fuimos la noche del 23-F, no vendría mal un poco de humildad, un toque de discreción y de mesura.