Tras leer a sesudos expertos y conspicuos articulistas (o viceversa) he llegado a la conclusión de que mi coche no funciona. Hay dos cosas cuya reparación deberé encargar al taller, suponiendo que el coste no desaconseje comprar uno nuevo. Se trata del ordenador de a bordo y del motor, un bonito motor diésel que ofrecería un centenar de caballos si alguien lo exprimiera al máximo.

Verán: tanto el día en que se limitó a 80 km/h la velocidad máxima en los accesos a Barcelona como ahora que el gobierno español ha reducido a 110 km/h la de autopistas y autovías, los conspicuos expertos y sesudos articulistas, además de los políticos de la oposición, se han apresurado a negar cualquier utilidad a la medida. "No está demostrado", es lo menos que afirman desde el gremio de fabricantes. Fernando Alonso, que de conducir sabe un rato, se ha añadido al coro. Los conductores, objeto de encuestas a pie de cola de gasolinera, dicen por la tele que se gasta más cuando se va más despacio, como lo demuestra que el consumo en ciudad siempre supere al de carretera.

Pero mi coche afirma otra cosa. Mi coche dispone de uno de esos ordenadores de a bordo que se pasan el rato calculando el gasto de carburante y los kilómetros recorridos, y pueden informarnos de ambas cosas mediante cifras de consumo medio y de consumo instantáneo. Me parecía que funcionaba bien, porque cuando enfilo una cuesta con gas a fondo me da un consumo instantáneo espectacular, mientras que en las bajadas se separa poco del cero. Pero este mismo ordenador me dice que cuando voy por autopista a 120 km/h gasto más que a 90 km/h. Lo cual choca con el dictamen de los expertos, los opinadores y los conductores encuestados. Pero, además, mi motor ha decidido caer en el mismo error, y así, la semana en que realiza varios viajes por autopista, a 120 km/h durante largos trechos, el depósito de vacía mucho antes que la semana en que solo recorre carreteras secundarias y no pasa de los 90 km/h. Me pregunto si el motor se está dejando engañar por el ordenador, o si es lo contrario.

Quizás mi coche se ha vuelto loco y cree ser un avión, ya que la NASA ha demostrado que reducir la velocidad del vuelo permite ahorrar una gran cantidad de nafta. Lo voy a llevar al psiquiatra para que le convenza de su error. No quiero que se duerma, como dice Fernando Alonso que le ocurre cuando circula a tan bajas velocidades.