Imagino al escritor y poeta Eugenio Padorno sentado al filo de la palabra "nada" donde se abre paso un mar nocturno en calma. Abre sus ojos a la oscuridad, fijando su vista en ese abismo líquido insondable. La palabra más verdadera, más exacta, más llena de sentido, es la palabra "nada", según Jules Renard, y Eugenio Padorno sabe de la distancia que va del significante al significado. Ha escrito: "La representación del abismo es la del límite de la palabra misma." Sin embargo, no se cruza de brazos. Hace uso de la lengua para explorar lo huidizo y lo extraño en lo más cotidiano, desmontando su entramado aparentemente familiar. Lo sigue haciendo en su libro de poemas La echazón, ahí donde la palabra en función poética se proyecta más allá de un sentido prefijado. En La echazón habla la mirada sosegada de un poeta maduro reconciliado con la finitud de la existencia y con la vida como viaje vertical. Los poemas están teñidos de una nostalgia que, lejos de evocar las pérdidas, se vuelve memoria de un presente que no deja de reinventarse. Así, el poeta sigue mirando "desde un adentro sin fin el libre juego de una nostalgia que nunca tuvo origen." Al fin y al cabo, el objeto de esta apunta antes a una ausencia o una falta. Por eso Eugenio Padorno escudriña desde su mirada alta en el interior de ese vacío habitado, en última instancia, por la invisible Muerte a la que llama "La Pensada". No en vano ha escrito otro libro, cargado de literatura y complementario de La echazón, titulado El tejedor y la Pensada. Entre el ensayo y la autoficción teje valientemente un relato multifocal sobre la Muerte. Porque sabe de la imposibilidad de encontrar un testigo para la Muerte como testigo, no busca desentrañar el "Secreto de la Muerte", pero sí "su sostenido Misterio desde esta parte de la vida." De ahí que se siente al borde de la palabra "nada" y hunda su mirada en el fondo del abismo, volviéndose tejedor pensante de esa voz venida de otro lado.