Así como la inflación monetaria devalúa la divisa, la inflación de corruptos sin castigo devalúa la política. ¿Quién la va a respetar si llena sus candidaturas de imputados por cohecho, malversación, apropiación y otras lindezas? Más de un centenar se han contado en las listas que concurren a la cita municipal y autonómica del 22 de abril. Y tan panchos.

Los políticos son la segunda causa de preocupación para los ciudadanos, tras el binomio formado por la economía y el paro (dos formas de decir lo mismo), según las encuestas del CIS. En la percepción de las gentes, los políticos constituyen un problema mayor que la inmigración y que el terrorismo. No se daría un desprestigio de tal calibre si fueran solamente ineficaces. Es menester que carguen con otros vicios, como los de insensibilidad, gremialismo, codicia o elitismo. Abscesos que los votantes atribuyen a muchos de quienes se proponen para dirigir el país.

La situación económica se puede resumir así: con la que está cayendo, y encima nos imponen recortes. Para defender tal política es menester mucha autoridad moral. Podemos aceptar instrucciones de sacrificio si tenemos fe en quien las propone, y para ello debemos creer que solo se preocupa por nosotros y en ningún caso por él, ni por los suyos. Pero no es esta la imagen que proyecta quien renueva la confianza en los presuntos, coloca a sus familiares en rentables canonjías y mezcla decisiones de gobierno con estrategias de partido.

Ahora se va a producir un vuelco en muchos gobiernos territoriales, preludio del que afectará al gobierno central, pero quienes llegarán al poder no gozan de mucha mejor valoración, y tienen sus correspondientes armarios de cadáveres. El desprestigio no es del gobierno sino de toda la llamada clase política. O se regenera o se perderá la fe en la democracia, objetivo quizás deseable para ciertos poderes fácticos, pero nefasto para el país.

El sistema electoral, con sus listas cerradas y bloqueadas, da a los aparatos de los partidos un poder excesivo y sin control, que unas cúpulas de miembros cooptados utilizan para perpetuarse. Solo así se entiende la presencia no solo de corruptos, sino de inútiles convictos y de espabilados confesos, en las candidaturas. Con la excusa de la gobernabilidad y de las mayorías fuertes, hemos permitido el crecimiento de un monstruo. Es hora de destruirlo para que entren en las instituciones el aire fresco y la exigencia ética que, por fortuna, abundan en la sociedad.