El infierno está empedrado de buenas intenciones, recuerda el refranero. Y quizás el cielo esté plagado de perfectos publicistas de sí mismos, podría añadir algún escéptico. Alexander Luzius Ziermann es un artista alemán que ha distribuido 2.506 retrovisores sobre una parcela de negra ceniza volcánica asomada al Risco de Famara y al Archipiélago Chinijo para dibujar a vista de pájaro una obra que ha dado en llamar Símbolo de la luz (Signatur des litches). Las contradicciones vuelan siempre más alto que la imaginación humana, incluso muy por encima de lo que pueden hacerlo las aves. En esa misma zona del norte de Lanzarote elegida por el creador para dar rienda suelta a su idea anidan unos cuervos negros como el peor de los presagios y grandes como una noche en vela o el final de mes de millones de españoles. Sí, impresiona ver desplegar sus garras segundos antes de aterrizar. Una de estas oscuras pesadillas se adentró hace unos días en la instalación -que en principio deberá desmantelarse a final de mes- atraída por el brillo, se supone. Sucede demasiadas veces: los cuervos terminan por acudir allá donde parece que solo resplandece un hecho creativo.

Crucen ahora a Fuerteventura. Allá, en la montaña sagrada de los aborígenes, los majos, persigue su cristalización contra vientos, salitres, polémicas y mareas el proyecto para agujerear Tindaya y dar lugar a un hito artístico. Pero huele a azufre en sus alrededores. Resulta difícil acallar el barrunto de que pesan demasiado los eventuales beneficios de la explotación minera. Y más aún explicar por qué simplemente no se ampara con la máxima protección una cima plagada de huellas de los antiguos habitantes de la isla y se impide la perforación de esta piramidal obra maestra de la naturaleza. Al mismo tiempo, es imposible pensar que en la cabeza del tristemente fallecido Chillida, autor del proyecto, existiera otra cosa que no fuera la luz del arte. Pero la sombra de un cuervo parece dar vueltas a veces sobre la vieja chimenea volcánica.