George Clooney ha vuelto a cumplir cincuenta años esta semana, por lo cual cabe desmentir a quienes pretenden ser originales al asignarle esta edad al actor por primera vez. Y sobre todo, hay que corregir a quienes le endosan la etiqueta de cincuentón como un desquite. Por fin le cae medio siglo encima, concluyen vengativos sin percatarse de que su atractivo está blindado desde tiempo atrás en ese límite. El magnetismo irresistible del protagonista de Up in the air reside en parecer mayor. Las estrellas de Hollywood no envejecen, y el mayor milagro de la civilización consiste en extender este mandamiento a capas crecientes de la población, Clooney siempre ha tenido cincuenta años en proyecto. Ese número redondo se corresponde con sus mejores interpretaciones, como el espía con sobrepeso de Syriana o el productor televisivo de Buenas noches y buena suerte. Sus fotografías de joven semental, previas a su medio siglo psicológico, parecen hoy un lamentable error de casting, que los años han corregido con mayor pericia que una estancia en el Actors Studio. La primera regla de la interpretación consiste en localizar una edad conveniente al físico y aptitudes del actor. Humphrey Bogart -acaba de publicarse la excelente biografía de Stefan Kanfer- tenía 42 años cuando rodó Casablanca y 57 en Más dura será la caída. Sin embargo, en el inconsciente colectivo se fija un cuerpo invariable, el privilegio de los semidioses.

No procede felicitar a Clooney por alcanzar los cincuenta, sino por reencontrarse con la edad que viene representando con notable éxito entre el público femenino. Nunca ha pretendido ser un actor excepcional, pero puede competir con la intemporalidad de Meryl Streep. Además, la deliberada elección de la madurez lo libera de la esclavitud física. Brad Pitt jamás logra traspasar su cuerpo, aunque estuvo magnífico en Ocean's Eleven. El carrusel cronobiológico de Benjamin Button compendia su desarreglo existencial con la imagen de treintañero que ya no puede saciar.

La instalación anticipada en una edad en declive, reforzada por grandes dosis de autoironía, aumenta el campo de maniobra de Clooney. La audiencia está dispuesta a no encerrarlo en un cuerpo, los guapos pueden ser inteligentes en ocasiones. A este respecto recuerda a Obama, salvo que fue el actor quien enseñó al presidente la forma de desplazarse sobre un escenario.