El fallecimiento de Ernesto Sabato nos lleva de nuevo a su obra, que es lo que ha de sobrevivir a un escritor y sus días si su labor ha valido la pena. Hay un libro extrañísimo, incómodo y como adoquinado, el que recoge las tensas conversaciones que sostuvo con Jorge Luis Borges entre 1974 y 1975.

Aunque puede parecer mayor la diferencia, sólo media entre ellos doce años. Y sin embargo habitan dos generaciones, dos mundos distintos. El autor de Ficciones deja claro al inicio que desconocerá la actualidad, la política y, más precisamente, la actualidad política. "Un diario se escribe deliberadamente para el olvido", afirma sobre los periódicos.

A partir de ahí se establece una jerarquía y un reparto de papeles tácitos, en el que uno juega al joven y otro al anciano, uno al admirador y otro al admirado, uno al entrevistador y otro al entrevistado. Sabato cita de memoria muchas obras de su interlocutor; a la inversa no ocurre nunca. Así las cosas, la conversación bascula siempre hacia los intereses de Borges: la literatura antigua y la metafísica, que también son en parte los de su contertulio.

No hay variaciones sustantivas entre este Borges y el que aparecerá en los diálogos con Osvaldo Ferrari o el entrevistado en televisión por Joaquín Soler Serrano. El personaje público de sus últimos años, de pulcra cortesía, sentencioso, gustador de paradojas y como trasplantado de otro tiempo, está ya cuajado ahí.

En cuanto a Sabato, no creo que salga siempre bien parado. Cuando la conversación alza el vuelo, muestra sus excelentes credenciales intelectuales. Pero otras veces aparece como un alumno o, más incómodo todavía, como un reportero.

La portada del libro destaca una fotografía de los escritores departiendo, sentados a una mesita de madera sobre un suelo ajedrezado. Y algo de partida de ajedrez hay en estas conversaciones, de partida que se desliza conforme a unas leyes escurridizas, intuidas y de contornos imprecisos.