Mundo partido por la mitad, como si dos realidades coexistieran en la misma tierra, respiraran el mismo aire, atravesaran los mismos cuerpos. Los hijos de Bin Laden consideran un agravio la forma en que ha sido sepultado (en el mar) el cadáver de su padre, y piden una investigación. Jóvenes tal vez impregnados de la cultura occidental de los derechos humanos, pero en los que los miles de muertos el 11-S no parecen haber generado sentimiento alguno de culpa, aunque sea refleja.

Sin embargo, tal vez no haga falta ir tan lejos, pues aquí al lado, en Euskadi, muchos miles de personas viven con el alma escindida entre esos dos códigos, el de la vida en paz en una sociedad avanzada, que los lleva a clamar por sus derechos, y el de la inmolación de inocentes en el altar de una causa para ellos divina (sobrenatural), sin que tampoco en este caso aflore un mínimo gesto de culpa o de disculpa.