Tras hacerse visibles los efectos de la crisis (especialmente, después de la quiebra de Lehman Brothers, en 2008), se suceden afirmaciones de economistas y sociólogos en el sentido de que esta no es una recesión más, sino que sus efectos se traducirán en algo inédito desde 1945: las generaciones jóvenes pueden vivir en peores condiciones que sus padres. Algo relevante, en nuestro caso.

El FMI advertía, en su último informe sobre Europa, de que España corría el riesgo de ver surgir a una "generación perdida", ante un paro juvenil del 45%. Pero puede ampliarse el foco más allá: hasta los nacidos entre 1965 y 1980. ¿Por qué? Porque están marcados por el desplome inmobiliario (que no ha recorrido todo su camino a la baja, según expertos no interesados) y pagarán, durante años, por unos inmuebles de menos valor que su precio original.

No sólo eso. El recorte en prestaciones sociales, las subidas de impuestos, las reformas laborales (con más facilidad de despido y menos indemnizaciones), unido a las dudas sobre las pensiones (el alargamiento hasta los 67 años facilita una reducción efectiva de la cuantía a percibir) abren una fractura respecto a los nacidos en la posguerra y primeros años 50. Una generación que disfrutó de estabilidad laboral, piso en propiedad, segunda residencia ("o como inversión, para los hijos"), pensión de jubilación al 100% con 35 años cotizados, que es muy numerosa (tras aumentar la esperanza de la vida, por un lado y bajar la natalidad, por otro)... y que, además, vota mucho más que los jóvenes. ¿Cuántas de estas características de clase media retendrán los menores de 45 años?

Pero todo esto es muy feo de señalar, así que mantendremos la ficción de que votamos a partidos de izquierda o derecha, no sea que algunos se den cuenta de que defienden a los mismos.