La campaña electoral sigue adelante con su guiñol y sus parrafadas, pero la ciudadanía ya no está por creerse representaciones teatrales de actores amateur. Las populosas marchas reunidas ayer en 52 ciudades españolas, atendiendo a la convocatoria del movimiento pacífico Democracia Real, son una señal inequívoca de que las motos ya no se venden ni bajándoles el precio.

Lo fácil es ningunear estas iniciativas situándolas fuera del sistema, pero yo ya no tengo tan claro dónde empieza y termina el susodicho sistema, ni si el bienestar del sistema lo justifica todo. La democracia es, entre otras cosas, un abuso de las estadística, según lacónica fórmula de Borges. Así, aunque sólo fuera por su importancia cuantitativa, habría que plantearse por qué este descontento.

El sistema haría bien en mirarse al espejo, aunque a lo mejor encuentra en el azogue a un cabrón. Porque aquí nos hemos olvidado del individuo. No ya sólo del parado, sino del trabajador en activo, al que los empleadores están sometiendo a una serie de abusos intolerables, con la bota del despido pisándole la cabeza. Todo sea por reflotar las entidades financieras, las empresas... el sistema.