No se recuerda en un país como España un movimiento ciudadano tan grande como el que, desde el pasado domingo, se denomina 15-M. Es posible que durante la última noche muchos líderes políticos no hayan pegado ojo ante la incertidumbre que genera un movimiento de este tipo en la semana previa a las elecciones. Ni siquiera los más sesudos analistas son capaces de vislumbrar qué efectos tendrá la movilización en los resultados de hoy y a quién perjudicará más la propuesta ciudadana que concluye con un "necesitamos un cambio".

Esa es la espiral en la que se adentran los pensamientos de los cargos públicos, aspirantes a repetir, a los que el movimiento 15-M les ha cogido con el paso cambiado. Como ocurre casi siempre, por otra parte. Pero, ¿y los indignados que han salido a la calle a miles para manifestarse? Esas personas que se han preocupado porque fuera de nuestras fronteras se conozca que en España las cosas no marchan nada bien por culpa de los que han venido acumulando el poder a su antojo y de forma verdaderamente bochornosa, ¿están ahora ilusionados con que algo cambie y no se apague la llama? Sería lo deseable.