Dicen que los cogió desprevenidos; que no se imaginaban que iba a ocurrir de esta manera. Que lo decidirían en las urnas, dentro del juego democrático y del sistema que lo creó; que esto no es Grecia ni Portugal ni Túnez ¿Cómo se iban a enterar si son los que más alejados están de la calle? ¿Cómo iban a caer en la cuenta si van en coches oficiales, si tienen tarjetas de crédito que pagamos todos? ¿Cómo aceptar que nos echan del banco o la caja donde antes nos daban hasta para viajar al confín del mundo? ¿O es que no se enteran cuando se reparten dividendos como si fueran manises dejando las cáscaras en el paro? ¿Si se prejubilan con cientos de miles de euros y hay gente que no come ni trabaja ni vive ni se alegra? Se inventaron Bolonia para crear una gran empresa de colocación temporal y han alargado el currículo académico para que se sustenten con las becas de I+D y los invitan a pasear por Europa, Asia y América sin saber muy bien dónde se quedarán a mendigar.

¿Cómo se van a enterar, si los que tienen de profesión la política son los mismos que salieron a la calle en el lejano y revisado Mayo del 68 y ahora están más ilusionados por ser ricos que por haber conseguido un mínimo de credibilidad política? Si en estos días lees los periódicos de toda condición, por esta vez creo que sí sabes en qué país vives: una parte derecha vuelve a ver conspiraciones y manipulaciones en esta indignación, lo que se traduce en que nuestros hijos e hijas son unos toletes, que vagan de un sitio a otro sin fundamento y sin propuestas; y se vuelven a equivocar también de otra parte izquierda al pensar que este movimiento civil nace de sus entrañas intelectuales cuando está claro que las reglas del juego heredadas de ellos hay que cambiarlas porque nadie con la razón y el corazón en su sitio apoya tanta injusticia. Y es viciado pensar que todo está perdido y que no se puede arrancar el mal que se ha sembrado entre la simiente joven prometedora.

Hace mucho tiempo que el ser humano y la naturaleza no se mostraban tan perdidos y abatidos en la casa común y han resuelto gritar. Un gobierno prudente emplearía el sentido común para estos casos: diálogo y no violencia.