Hoy será día de balances, algunos se considerarán triunfadores en la democracia secuestrada por banqueros y políticos, y otros repararán en los Indignados de la Puerta del Sol. Pero no voy a hablarles de política ni de elecciones sino de una novela, El año de la seca, de Víctor Álamo de la Rosa (Tropo Editores). El Hierro, Franco, la sequía, la huida a América, unos personajes primarios, violentos, oprimidos por el paisaje, con unos destinos fatídicos. Vigorosa historia de historias, con un arranque demoledor, un portentoso fruto de la represión, de la miseria moral, del hambre, una prosa sin misericordia, la mejor novela que he leído en mucho tiempo. Víctor Álamo ha demostrado una vez más que desde aquí, humildemente, con trabajo y al margen de la cariñosamente denominada mafia canaria de Madrid se puede y se debe construir una carrera literaria coherente que al final triunfa sobre todas las limitaciones, sobre todos los silencios. Como decía José Saramago en el prólogo, hay en el libro mucho ambiente obsesivo y cruel, una escritura segura y apremiante que no deja títere con cabeza. Nuestra memoria de desgracias, de ruinas, de devastaciones, de desengaños y de esperanzas soñadas. Canarias era pobre y caciquil, las islas eran víctimas propiciatorias y no deberíamos olvidar nuestros orígenes. La emigración clandestina en velero desvencijado fue el punto de escape ante la maldición de un tiempo y un espacio, pero cada huido siguió arrastrando algunas de sus pesadillas, esa tristeza honda. Quizá la tensión desciende un poco cuando, tras los capítulos iniciales, el narrador introduce flash-backs, retornos que sirven para completar los perfiles. En todo caso, admirable primera novela coral que ya abría el camino de un narrador con fuerza y decisión, miembro preclaro de la Generación 21. Hay que leer estas páginas con tanta hambre, con tanto llanto y tanta maldición, con tanta ruina. Hay que impregnarse de toda esa rabia, de toda esa belleza telúrica y esa magua que se desborda en 195 páginas memorables en los que desfila la isla-trampa, la isla-reducto, la isla-ratonera, la isla-jiñera para cazar pájaros, pero también desfila la dignidad de la lucha por la vida que a fin de cuentas es lo único que nos mantiene.