La noticia de que la policía española había detenido a la "cúpula" de Anonymous fue recibida en la Red con cierto cachondeo, porque el movimiento funciona como un magma autorregulado, una especie de enjambre sin sujeción a límites geográficos y unido solo por el deseo de fastidiar a aquellos poderes que, en cada momento, se consideren una diana apetecible (en especial empresas, bancos y gobiernos). Por ello, el lenguaje tradicional de Interior, acostumbrado a anunciar la "desarticulación de la dirección" de todo tipo de bandas, suena absurdo cuando se refiere a este nuevo tipo de fenómeno. Pero las chuflas no han sido la única respuesta de los anónimos al arresto de lo que, en segunda edición corregida, la policía denominó "cúpula funcional". La verdadera respuesta fue un "vais a ver" que se hizo carne con un ciberataque que noqueó la web de la policía. Muy ocurrente, pero lo cierto es que los detenidos están acusados de un supuesto del Código Penal que lleva aparejada una pena de hasta tres años.

En la soledad del internauta ante la pantalla, participar en ciberataques masivos puede parecer una especie de travesura con aires de Robin Hood del tercer milenio, pero lo cierto es que causan daños evaluables en dólares y en euros, tanto en reparaciones del estropicio como en lucro cesante. Por lo tanto, el participante está delinquiendo a la luz del artículo 264 del Código Penal, que desde hace once meses castiga a quien "obstaculizara o interrumpiera el funcionamiento de un sistema informático ajeno, introduciendo, transmitiendo, dañando, borrando, deteriorando, alterando, suprimiendo o haciendo inaccesibles datos informáticos".

Los ciberataques suelen consistir en "hacer inaccesibles" las webs atacadas, por el sistema de enviar un número casi infinito de peticiones de acceso que bloquean el servidor de la víctima. Un truco sencillo de organizar y ejecutar, pero no por ello menos dañino. Y el internauta solitario se cree a salvo en su anonimato, aunque lo cierto es que periódicamente llegan noticias de detenciones. La web nació llena de inocencia y, por lo tanto, vulnerable, pero va aprendiendo, porque empresas, bancos y gobiernos no están para bromas.

La capacidad destructiva de miles de activistas dispersos por el mundo constituye una amenaza temible, que opera en nombre de la libertad y contra los poderosos, pero cuyo funcionamiento escapa a las reglas de la democracia tradicional. El enjambre se instituye a sé mismo en fiscal, juez, jurado y verdugo, en un proceso que es opaco para quienes están fuera y que no concede derecho de audiencia ni de defensa al procesado.

La máscara que les sirve de emblema fue popularizada por "V for Vendetta", un cómic de los años 80 protagonizado por un anarquista que lucha contra un gobierno fascista y dictatorial instalado en Inglaterra. Pero en realidad procede de Guy Fawkes, un conspirador ejecutado en 1604 tras intentar la voladura del Parlamento inglés con el rey Jacobo I dentro, en respuesta a las persecuciones contra los católicos. ¿Alguien cree que las democracias occidentales son estados fascistas o sanguinarias monarquías absolutas? Al parecer, hay quien lo sospecha, y por ello prescinde de los mecanismos democráticos formales y tira por la calle de en medio entre los aplausos de numerosos admiradores.