Siempre pensé que el Ritmo de la noche era una gran canción, aunque mis opiniones de aquella época bien pueden estar enturbiadas por el hecho de que uno vivía precisamente lo que proclama la animosa canción. Los de Coldplay también se lo debieron pasar pipa hace veinte años bailando con aquello, y ahora lo regurgitan como si fuera de ellos. Con dos cojones.

Every teardrop is a waterfall (cada lágrima es una cascada) es el pretencioso título que le han puesto al Ritmo de la noche Martin y compañía. Nótese el declive ya desde el título. Ya se sabe que el pop se construye sobre el pop y que cada canción, salvo las muy originales, tiene cientos de tíos, padres y abuelos. Pero desde hace unos años, con esto de los samples, ya no hay quien se esfuerce en tener una idea propia. Coldplay samplean (es decir graban del original y reproducen en su canción) el riff de piano de Ritmo de la noche; luego el cantante se inventa una letra y la entona sobre ese mismo riff. Y, como dice otra de sus canciones, viva la vida.

Algunos querrán ver en esto un guiño genial a la posmodernidad, una sublimación musical de la intertextualidad, un acercamiento al pop como palimpsesto y bla, bla, bla. A mí, francamente, me parece una tomadura de pelo.

Pero es que todo está más o menos así, al revés. Se quiere hacer pasar por artistas a una legión de pinchadiscos que, como mucho, pueden ser amenizadores geniales de veladas fiesteras. El arte, en todo caso, sería de los intérpretes que grabaron los discos y de los que se estrujaron las meninges para parir la música grabada que luego pone el DJ, digo yo. Pues no, esos son unos toletes, meros instrumentos, pinceles para que el pinchadiscos, artista supremo, afine su creación en el lienzo de la discoteca.

El que tiene una idea artística y la plasma es un bobo, y el que la utiliza y la copia es un genio. Desde este punto de vista, Coldplay ha alcanzado una gran cumbre creativa, a la que aguarda la posteridad. O no.