Coges a alguien que parece bueno y cuando lleva diez años se pone a hacer bajas con excusas y ves que no cumple, y no le puedes echar porque la indemnización sube una pasta". Quien decía esto en la mesa de al lado no era un capitalista de caricatura, con puro, chistera y pedrusco en el anillo. Era el dueño del bar de menú del día, donde él y su mujer trabajan doce horas diarias, con un par de ayudantes. Su queja es la contraparte de otra conversación oída en el mismo bar: "Le han echado a los 45 años, y ya me dirás quién le va a coger. Le han dado dinero, sí, porque llevaba más de veinte años, pero el dinero se acaba, y luego qué. Le han dicho que ha bajado la faena, pero cuando vuelva a subir ya verás como no le llaman a él, sino a un chaval que trabaje por nada".

Las leyes laborales españolas están diseñadas para que los empresarios se lo piensen dos veces antes de poner en la calle a un trabajador de 45 años, que se convertirá fácilmente en otra unidad estadística del paro estructural. Esta protección debería ser bien vista por los asalariados, que constituyen la gran mayoría de la fuerza laboral española. Pero también entre ellos se ha abierto paso la idea de que abaratar el despido es el milagro antiparo. La nueva solidaridad exige que desproteja mi futuro por el bien del país, y los sindicatos tienen graves problemas cuando intentan movilizar a sus representados para impedir el cambio de las normas. Encima, les acusan de defender los privilegios de los empleados en detrimento de los parados; incluso los del 15-M les rechazan. Está muy claro qué discurso se ha impuesto en la batalla ideológica.

Una victoria en la que juega un papel relevante el batallón de los pequeños empresarios. Son 1,37 millones, y casi todos como el dueño del bar del principio: los primeros en llegar y los últimos en irse, siempre hablando con clientes, porque sin cháchara no hay venta, y divulgando activamente su visión del tema laboral (¡y del fiscal!), que es la propia de un empleador. Con una gran diferencia: al del bar, una indemnización de 42 meses puede hundirle el negocio, mientras que para una gran empresa es un apunte contable. Pero lo cierto es que mi proveedor de menús del día no duda en contratar a más gente en cuanto la necesita, a pesar de todos los pesares, y cuando deja de contratar no es por la rigidez del marco laboral, sino porque ha bajado el volumen de clientes o el margen bruto del menú, que lleva tres años con el precio más congelado que sus sanjacobos.