Muros, seguimos levantando muros como castros posmodernos. Lo que la naturaleza no ha colocado en su sitio, bien ordenadas las regiones geográficas, su fauna y su flora propia, su paisaje y su cultura, lo hemos situado nosotros con buen desorden.

Pero esto que parece ingenua técnica de dios, se convierte en oscuras clausuras de donde es difícil salir ni aun redimiéndonos. La historia de las ideas está llena de muros léxicos, gramaticales, espirituales y culturales.

Queda todo visto cuando la razón se utiliza para discriminar. Hay muros físicos de todos los materiales inimaginables y en todas partes donde el ser humano habita. Así empezó la geometría y el cercado, la medida de lo mío y lo tuyo, de lo nuestro y de todos.

Es Grecia, cimiento de la razón occidental y argamasa para enlazar filosofías distantes, la que levanta en su frontera con Turquía un muro de 120 metros de recorrido, foso de siete metros y anchura de 30 metros. En época pasada, desde que Wayler concentró a los seres humanos como el ganado, a la intemperie y sin calzado, el método no ha dejado de enriquecerse con aportaciones técnicas y materiales situándose en la sima del conocimiento humano en materia de defensa y perversión. Desde Treblinka a Guantánamo, de Israel a Palestina, de Serbia a Kosovo, de España a Grecia, de EE UU a México. Nos invadimos unos a otros, nos querellamos por líneas virtuales y matamos y morimos por una huella en la el suelo del otro, en su frontera. No hay literatura capaz de narrar la ecuanimidad de la naturaleza, la universalidad del sufrimiento y el mercado mundial del miedo.

En el Sahara, una muralla de arena para ocultar el expolio; en el Amazonas embalses reteniendo ríos, desviando cauces inmensos, separando familias indígenas. Y miramos y vemos cielo sin cubrir: un muro antimisiles formado por la parte del átomo que nadie conoce. Y nuestro querido y hermoso muro donde nos encontramos en la intimidad, el síntoma mínimo de nuestra venerada individualidad, tan necesaria y tan prosaica a la vez, que nos quita y nos da razón de ser, de ser por lo menos pensantes. Tardaremos mucho en despertar de la realidad impuesta. Tendremos un muro en los ojos, un ladrillo en los oídos, una pedrada en la boca.