Los políticos y las personas, suelen ser inquietos o tranquilos, apasionados o calculadores, animosos o depresivos, fríos o calientes. Pero hay personas, y políticos, que pueden ser todo al mismo tiempo. Es como si de pequeños se hubieran caído en una marmita de anfetaminas y, como Obélix, no necesitan tomar más pócima para derrotar a los romanos. Juan Fernando López Aguilar (JFLA, para Obama y sus asesores, con los que habla a diario), vuelve a las andadas. Padece un empeño inusitado de empezarlo todo con fuerza, con ánimo, con espíritu constructivo, y el mismo empeño pone en la espantada. Como diputado español, sólo acabó la primera legislatura en la que fue elegido, 2000-2004. Después le hicieron ministro de la cosa de la justicia, a continuación le enviaron de vuelta a su tierra para ganar unas elecciones, ganolas, pero salió huyendo ante el miedo escénico de tener que luchar por ser presidente del Gobierno de Canarias. Volvió a la carrera de San Jerónimo encabezando la candidatura del PSOE por la provincia de Las Palmas en 2008, pero la ilusión le debió durar poco pues al año siguiente perdió las europeas como cabeza de lista de su partido frente al PP. Bruselas y Estrasburgo deben haberle agotado, o ya ha hecho todo lo que se esperaba de él, porque según los mentideros que él mismo aventa, puede ser de nuevo, en las generales del 20-N, cabeza de lista por Las Palmas y por el PSOE, por supuesto. Después de un nonato intento de postularse como sucesor de ZP, parece que quiere aportar su contribución para dirigir el postzapaterismo. Es legítimo, porque sabe de qué va la cosa -como todo cinéfilo, ha visto varias veces La caída del Imperio Romano, Casablanca y Más dura será la caída- y preferirá estar solidariamente en el desastre que alejarse de él. Incluso, según algunos electores canarios, puede contribuir a que sea mayor, el desastre, claro. Al final, entre unos y otros, conseguirán que, por primera vez desde 1982, no vote socialista en unas generales.