E quivocarse está al alcance de cualquiera. Sobre todo si no se hace el menor esfuerzo por evitarlo. Existen errores que han quedado grabados en las páginas de la historia y que dejan constancia de la gran capacidad para fabular de sus autores, un atributo que unían a una actitud escasamente científica. El original del Libro del conocimiento depositado en la Biblioteca de Lisboa recoge la descripción de los canarios por parte de un navegante portugués durante su navegar por las Afortunadas allá por el siglo XV, cuando pasado El Hierro se acababa el mundo y seres terroríficos dominaban los mares antes de que una cascada infinita se tragara a quien osara acercarse. Este hombre, del que poco sabemos, no consideró oportuno acercar demasiado la embarcación a tierra para hacerse una idea aproximada de la fisonomía de los habitantes de aquellas lejanas islas. También debe tomarse en consideración que todavía quedaban dos siglos para la invención del catalejo. Así que aquel marinero, persona sin duda de sobrada imaginación, dejó anotado en su cuaderno de bitácora que aquellos seres poseían un único pie, pero de proporciones tan gigantescas que les era suficiente para proporcionarse sombra en aquella soleada esquina atlántica.