Lo conocí hará ya como diez años, cuando un colega de profesión me lo presentó en la calle León y Castillo de Telde. Lo primero que pensé es que me estaban tomando el pelo porque nunca había tenido ante mí un cura tan revolucionario y con una forma de ver el mundo tan vital. Jorge Hernández Duarte, el alma de Yrichen, es un tipo nada común.

Y eso lo convierte en alguien extraordinario. Su compromiso con la sociedad va más allá de la transmisión de la fe y creencias en las que ha depositado buena parte de su razón de ser. Gracias a Jorge y al equipo que le acompaña en La Pardilla, hoy viven en nuestra isla cientos de chicos, tal vez miles, que un día se vieron al borde del abismo por culpa de esa execrable lacra que es el mundo de la droga.

La fe mueve montañas y este vivaracho palmero, al que ni siquiera las canas y los años le restan vigor alguno en sus proyectos, es capaz por sí solo de mover cordilleras.

La pena que a uno le queda es ver cómo año tras año las instituciones, con unos recortes indignos y que bien podrían aplicarse a otros gastos menos perentorios, le intenten racanear unos euros con los que podría seguir haciendo milagros.