Jaume Perich era un excelente dibujante de chistes, de Mataró, que como todo lo bueno, se nos fue antes de tiempo. Eugenio, otro catalán, también se fue, y Gila, y Cassen. Me gustaría verlos juntos departiendo sobre la sensación de tomadura de pelo que tiene uno cada vez que se juntan los jefes de estado o de gobierno de la eurozona y del resto de países de la UE. "Saben aquel que diu?" No, querido Eugenio, no lo sabemos. "Oiga ¿es la guerra?" no, amigo Gila, pero parece que debería serlo. Creíamos que la banca española había pasado todos los test de estrés posibles y ahora resulta que tiene que recapitalizarse: como dijo Felipe González "¡Botín! qué buen nombre para un banquero." Mi compañero de andanzas escritoras en la revista Interviú, Andreu Buenafuente, el maestro actual del humor catalán y por tanto universal, escribía la semana pasada que "el poder debe ser como el tabaco, la adicción te persigue donde vayas y siempre estás a punto de dar un par de caladitas." Merkel, Sarcozy, Zapatero et alia, debieron fumarse varios puros en Bruselas por aquello de no perder la adicción pues el poder, algunos más que otros, lo van a perder para siempre, y, también, algunos con más merecimiento que otros.

Todo este engendro de citas, comentarios y apología de la ironía catalana, tiene orden y concierto. El orden, lo determina el desorden que cada día ejercen nuestros políticos en la gestión de la crisis económica. El desconcierto, es el que esa gestión provoca segundo a segundo, en las personas de la calle, en las que lo están pasando regular, mal y muy mal. Porque bien sólo lo siguen pasando los ricos y los muy ricos, los de las SICAV que cotizan el 1% y los de los paraísos fiscales. Los demás, desamparados y despistados, cuando menos, desesperados, cuando más. Que nadie se atreva pues a decir que abstenerse el 20-N no es hacer política activa: lo es, y mucho, porque a eso le debe seguir la acción directa: humor catalán (Durruti, Ángel Pestaña y Salvador Seguí).