Dos cuarentones en paro, un poco andrajosos, contemplaban ayer al mediodía el paseíllo de los candidatos socialistas en Triana, al lado de la escultura de Chirino. Uno le dijo al otro: "Chacho, dice Rajoy que nada más entrar en la Moncloa se crearán millones de puestos de trabajo..." El otro contesta sentenciosamente: "Mira lo que te digo, al día siguiente se lo llevan a la fuerza a la ONU y lo hacen secretario general y jefe de todo, para que les explique la fórmula". Me vi obligado a terciar: "Lo más probable es que el papa lo llame al Vaticano; hace tiempo que no hay milagros como Dios manda, ya saben, los panes y los peces, el agua que se volvía vino..." "Eso, eso, encima con indirectas", dijo con socarronería el del pelo rizado.

La verdad es que Rajoy tiene todas las papeletas para ser el próximo presidente del Gobierno; pero al día siguiente de la investidura el discurso ya no será el que ha tenido el PP desde que pasó a la oposición. Durante los próximos años la crisis persistirá, y el túnel, en el que todos esperan ver una luz cuanto antes, se alargará en el interior de una montaña que en realidad es cordillera. Será una legislatura en la que habrá que hacer cosas que se han jurado no hacer.

Las cosas son como son, y es inevitable cuando se está en medio de un crac sin precedentes, y todo parece ir a peor, detenerse y reflexionar. Un alto en el camino. ¿Todo lo que se ha hecho es lo que debía hacerse? En los dos últimos años Rodríguez Zapatero dio un giro de 180° a su política presupuestaria y laboral. Se congelaron técnicamente las pensiones, se flexibilizó el despido, hubo que modificar la Constitución e introducir la promesa formal de la estabilidad financiera para 'calmar' a los mercados. Todos los cambios que desconcertaron a la izquierda se llevaron a cabo por dos razones principales: porque la reforma laboral era "imprescindible" para crear empleo, y porque los recortes y la lucha contra el déficit eran claves para evitar nuevos ataques de unos mercados que, llevándole la contraria a Adam Smith, han decidido prescindir de los gobiernos para gobernar la economía a su antojo y beneficio.

Pues bien: los resultados de las reformas han tenido los efectos opuestos: ha subido el paro, casi cinco millones, y ha aumentado el 'riesgo país', no solo en España. El fantasma de la recesión se cierne sobre Alemania, la locomotora, y Francia, otra nación de cabecera. ¿Qué ha pasado? Sustancialmente que si se cortan las inversiones y los servicios públicos no solo disminuye la actividad sino que la gente tiene menos capacidad de consumo. ¿Y en qué consiste el gran consumo de los hogares españoles, y de la Administración? Entre otras cosas en comprar productos alemanes y franceses. Un ejemplo: el parón de la venta de coches. Alemania y Francia ven afectados sus intereses directamente.

Desde el principio del fenómeno económico que estamos viviendo (desatado por la codicia desenfrenada) aparecieron dos escuelas de pensamiento: la una, 'neoliberal', muy vinculada a la demagogia de los mercados autogestionarios, que centró la solución exclusivamente en drásticos 'ajustes' preferentemente de los servicios públicos, oscuros objetos de su deseo; y la otra que propugnaba en la senda keynesiana inversiones públicas para generar empleo y consumo y control efectivo de la política sobre los agentes económicos. Rajoy, que es registrador de la propiedad, tiene a la vista los efectos reales de la solución 'tijera' que recorta el 'bienestar', una obsesión de la derecha papafrita y radical (que en Francia, Alemania, Países Bajos y Escandinavia tiene una frontera intraspasable que forma parte del interés nacional). No hay que descartar una paradoja: que Zapatero se haya visto obligado a aplicar recetas de la derecha, que han fracasado, y que Rajoy, si no remonta Rubalcaba, tenga que aplicar las de sus adversarios, aunque sea sin que se note. (tristan@epi.es)