La desconfianza de once millones de españoles en un Gobierno arrollado por la crisis y completamente desfondado abrió ayer la puerta de una mayoría absoluta histórica para el Partido Popular, que consigue de la mano de Mariano Rajoy batir la marca del PP establecida en el año 2000 por José María Aznar y obtener 186 escaños en el Congreso de los Diputados, tres más que el primer hombre que ocupó La Moncloa con las siglas de la gaviota. Sin histrionismos ni la menor concesión al triunfalismo, Mariano Rajoy se asomó anoche al balcón de la sede de Génova en Madrid para advertir que la crisis y el desempleo van a ser los peores enemigos en el nuevo escenario que dibuja el 20-N y que, ante el dramatismo de la crisis, sólo cabe la receta del esfuerzo. "Yo mañana por la mañana ya estaré aquí trabajando", proclamó acto seguido, ante la evidencia de que, ante la espiral enloquecida de los mercados, la crisis de la deuda española, la demoledora escalada del desempleo y el golpe que la recesión empieza a infligir a los servicios públicos, la única fórmula posible para salir del agujero es trabajar, trabajar y trabajar.

Mientras Rajoy verbalizaba los propósitos con que afrontará el día después de la victoria, Alfredo Pérez Rubalcaba metabolizaba en Ferraz con singular aplomo el rastro electoral dejado por el toro que le tocó lidiar el día en que aceptó competir por la Presidencia del Gobierno de España a sabiendas de que la derrota estaba servida de antemano y que la única incógnita a despejar era si la debacle le dejaría por encima o por debajo del mínimo de Almunia ante Aznar en 2000. Para Rubalcaba se cumplió la pesadilla de incluir en su currículum el dato de haber sido el candidato con peores resultados de la historia del Partido Socialista. Una paradoja hasta cierto punto injusta, en la medida en que fueron las frivolidades económicas de aquel Zapatero que ni siquiera admitía la existencia de la recesión cuando ésta ya enseñaba sus garras las que, a la postre, llevaron al Partido Socialista al desangelado callejón en que los votantes lo situaron ayer tras la fuga brutal de cuatro millones y medio de electores.

Mientras, las elecciones generales dejan en Canarias un resultado singular: los votantes no se han apartado de la tendencia general y el Archipiélago también se viste de azul gaviota merced a una victoria del PP que rompe su techo histórico, pero al mismo tiempo el Partido Socialista acusa un descalabro que no es sólo atribuible al síndrome ZP y CC paga en su feudo tinerfeño una factura que sólo puede atribuirse al desgaste derivado de su presencia en el Gobierno regional. Las causas pueden ser múltiples en el descalabro socialista: amén del factor Zapatero, el PSC ha hecho algunos méritos propios para ganarse el descrédito, entre ellos la frustración de muchos electores que lograron ilusionarse con el discurso rompedor de Juan Fernando López Aguilar y le vieron después correr a Madrid y más tarde a Bruselas apremiado por sus propios compañeros. El colofón de esa carrera fue el giro copernicano desde el desdén radical de López Aguilar frente a los nacionalistas canarios al posibilismo puro y duro de José Miguel Pérez, que prefirió sacar al PSC de 18 años de invierno en la oposición, aun a riesgo de sacrificar la coherencia respecto al posicionamiento de su partido cuando lo gobernaba su predecesor. A esos vaivenes, que el electorado tiene por costumbre castigar con indiferencias letales, se agregaron, y no fueron poca cosa, los muy poco edificantes espectáculos de un partido que desafió nada más y nada menos que a su propio candidato a la Presidencia del Gobierno al defender lo indefendible en episodios bochornosos como los protagonizados por el gomero Casimiro Curbelo.

Parece evidente, por tanto, que a los retrocesos experimentados tanto por el PSC como por CC no son ajenos los costes del pacto que firmaron para dar sustento al actual Gobierno regional. Pero ahora no es momento para lamentaciones, sino para concentrarse en el trabajo y en la búsqueda de soluciones de futuro, con absoluta independencia de las siglas en que milite cada cual. Y lo cierto es que, con el drama de 33 de cada cien isleños en paro, Canarias no está para bromas ligadas al cortoplacismo político, sino para buscar acuerdos de alcance entre los gobiernos central y canario, al margen y con total independencia de los colores políticos, para asegurar entre todos que Canarias sale de un túnel tenebrosamente negro.