Hay muchos modos de viajar al fondo de la noche, me dije a esa alta hora nocturna en que se concluyó con el recuento de votos. El mapa del Estado español aparecía en la pantalla del televisor invadido de azul. Al cabo, Rajoy desplegaba su discurso de vencedor, rodeado de ruido y de luz.

Guárdate de la luz que cava todavía más el espacio, recité mentalmente al poeta Rilke en mi viaje particular de esa noche electoral. No eran palabras destinadas a Rajoy. Me protegía con ellas de la luz cegadora despreciativa de la otra, condenada a la oscuridad, ahí donde no habla la cifra, sino la vida. En este caso, a través de votos a opciones electorales alternativas supuestamente minoritarias, de votos nulos y blancos y de la abstención. Imaginé, entonces, una cartografía que reflejara ese espacio ignorado -millones de votos- bullendo de esperanza en un modelo alternativo, en un mundo mejor. Con su particular luz de futuro ennoblecedor. Me afianzaba, asimismo, en la idea de otro fragmento literario venido de Céline en su peculiar Viaje al fin de la noche, una obra capaz de llegar a lo más hondo del corazón humano: "Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres". Lo hacía mientras escuchaba a Rajoy enternecido con los desposeídos, con los más pobres, con las personas que hoy se ven forzadas a quedar fuera de todo circuito económico y social. En gran parte, seres humanos que le han votado, convencidos de su posible salida de la miseria. Después recordé otro pasaje de Céline que habla de ese signo capital con que resplandecen todas las hipocresías de nuestra sociedad: el enternecimiento ante la suerte, ante la condición del miserable. Dice Céline: "Os lo seguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor; os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón. Es la señal. Infalible. Por el afecto empiezan".