Un cielo plomizo que se pierde en el horizonte y cuyos límites no ve ni el Meteosat se cierne sobre el PSOE. La enormidad de la derrota frente al PP, con índices de votos inferiores a los de 1977, cuando salía de la clandestinidad, han dejado k.o. a sus dirigentes y a todo el aparato: desde la dirección federal a los burócratas locales. Muy pocos, poquísimos, han escapado a la catástrofe. Por acción u omisión.

Contaban algunos socialistas históricos en un cumpleaños celebrado el año pasado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que el gran fallo de Zapatero había sido su cesarismo, que si siempre es demoledor, es más demoledor cuando lo encarna un mediocre que un genio. No es lo mismo el caudillaje de De Gaulle que el de Berlusconi. Los asistentes al ágape contraponían dos modos de entender la convivencia con los órganos de asesoramiento y control: Felipe González pedía al Comité Federal que fuera crítico; José Blanco pedía prietas las filas con el presidente. En realidad el órgano máximo entre congreso y congreso, en vez de ser una fábrica de ideas y alternativas se convirtió en una fábrica de aplausos, con pocas voces discrepantes... que fueron cayendo en el camino. La recuperación de algunos en una fase tardía, caso de Rubalcaba, es la excepción que confirma la regla.

El diputado Álvaro Cuesta ha sido uno de los que ya han lanzado una clara señal de aviso a la ejecutiva: lo que tienen que hacer ahora, dice, es dejar de enredar y convocar cuanto antes un congreso ordinario y resistir la tentación de encauzarlo. Eso significa que el núcleo duro que se quiso enviar a galeras, los socialistas que hicieron la transición, consideran amortizado a Zapatero; más claro, que no habrá 'zapaterismo' después de Zapatero.

Nadie serio duda de que Zapatero no es culpable ni de la crisis ni del paro. Cinco millones de parados no pueden ser el resultado de una política de cuatro años, sino que tiene una raíz mucho más honda. Con Aznar o Rajoy, el número habría sido el mismo. Además, algunos de los argumentos que ha empleado la 'agitprop' del PP son sencillamente propios de los inventos del TBO: ¿cómo es posible que el paro haya sido consecuencia de la rigidez laboral bajo el mandato de Zapatero si los millones de puestos de trabajo que coincidieron con el mandato aznarista se lograron con contratos mucho menos flexibles? ¿Si lo que el PP exigía a Zapatero en realidad era que cambiara ya lo que había heredado? Decir lo mismo y lo contrario es como defender que la Tierra es redonda y plana a la vez. Ni los papas más burros sostuvieron eso. (Solo conocemos un caso digno de estudio al respecto, el del famoso editorialista tinerfeño de 'El Día' que defiende ex-aequo el independentismo tribal africanista... a la Guardia Civil y la memoria de Franco.)

El problema es que Zapatero ha sido incapaz de hilar un discurso, y que el talante, o sea, la cortesía, la sonrisa, el buen rollo, no se complementaba con una explicación de hondura intelectual a la ciudadanía sobre lo que estaba sucediendo. No ver la crisis no es insólito; empresarios, banqueros y agencias de calificación, tampoco la vieron tal como era. Confundieron al tigre de Bengala con un lince ibérico. El asunto no es ese, es que cuando hubo que dar pasos clave en un sentido o en el otro, la nación tenía que haber escuchado un razonamiento convincente. Y no lo escuchó. También erró al no convertir a Europa en una prioridad ideológica, fallo que compartió con la tropa de mediocres dirigentes de la Unión. Ni una sola vez se dirigió a la nación, excepto en los obligados debates de espadachín y comparecencias parlamentarias. Pero además de vivir en una democracia -eso es obvio- las democracias actuales son inherentemente democracias de opinión pública. Zapatero cayó mareado por el regate, cegado por el polvo y enredado en una táctica carente de la argamasa de una buena estrategia.

(tristan@epi.es)