¿Qué hay que hacer cuando un programa de televisión es denunciado por las redes sociales, boicoteado por los anunciantes y seguido con devoción por la audiencia? Porque esta es la compleja situación de La Noria, el controvertido espacio de Tele5 que conduce Jordi González y que se puso en el ojo del huracán al entrevistar a la madre de un condenado en el caso Marta del Castillo, previo acuerdo económico. Cierto número de espectadores vieron en ello un exceso insoportable de sensacionalismo, y lanzaron una campaña de boicot desde las redes sociales. En respuesta, una importante empresa retiró su publicidad del programa, y comenzó una cadena de deserciones tras la cual el pasado sábado González solo fue interrumpido por unas pocas pausas de autopromoción de la cadena. Pero al mismo tiempo, tuvo una audiencia superior a los dos millones de espectadores y fue el programa más visto de la cadena aquella semana. Twiteros, blogueros y críticos dictan sentencia condenatoria, pero el público absuelve y premia. ¿Y no es acaso el público quien detenta la soberanía en la era del audímetro?

He aquí un caso de estudio para las facultades de comunicación. Hay una opinión publicada y una opinión pública, y sabemos desde hace tiempo que sus caminos pueden divergir, y mucho, especialmente en materia de gustos televisivos. Pero ahora, además, están las redes sociales, invento reciente que nos tiene hipnotizados. Una televisión autonómica ha defendido la poca audiencia de su debate electoral argumentando que fue "trending topic". Damos por supuesto que el latido de las redes se corresponde exactamente con el de toda la sociedad, y no es así. Una minoría puede armar mucho ruido en la red, como puede armarlo en la calle, pero la sociedad expresa su opinión con el mando a distancia. Sin embargo, las marcas anunciantes han hecho más caso del ruido que de las audimetrías. Tal vez la noticia alegre a quienes condenan la mezcla conceptual de información y espectáculo que se practica en el programa de marras, pero el arma del ruido lo puede usar mucha gente, y con fines muy diversos. ¿Se está abriendo la puerta para que cualquier minoría organizada imponga sus fobias y censure lo que no le gusta? ¿Celebraremos que los directivos de las empresas anunciantes decidan la programación? Peligro.