Yasmina Reza forjó en Arte la redefinición del teatro mundial. Su obra equivale a Esperando a Godot, ahora desde la oposición al minimalismo de la primera. Además, la apoteosis del cuadro en blanco puede ser disfrutada indistintamente por adolescentes de cualquier edad, por espectadores de Tele 5 y de Pasolini, si queda alguno. Una vez más, el "elitismo para mayorías" predicado por Umberto Eco a raíz de El nombre de la rosa.

Por fortuna, Reza ha escrito obras menores que moderan el entusiasmo crítico, aunque ninguna tan endeble como la última, Comment vous racontez la partie. Siguió a Sarkozy en la campaña electoral para esbozar un retrato interesante del depredador, y sólo repitió la diana de Arte con Un dios salvaje. De nuevo, el incidente insustancial del encuentro de dos matrimonios, a raíz de la herida que el hijo de uno de ellos ha infligido al vástago de la otra pareja, desencadena un conflicto universal. Y una vez más, Reza para todos los públicos.

La simple lectura del texto deja boquiabierto, y Un dios salvaje arrasó en los escenarios españoles, atizada por la conjunción de Maribel Verdú y Aitana Sánchez Gijón. El montaje era deplorable y arrevistado, desprovisto de la inteligencia que esgrime Reza para que el público considere bisturí lo que es acerado puñal. Vi la obra en Madrid a teatro lleno, a pesar de que el Real Madrid disputaba un encuentro de Champions en el vecindario. De nuevo, las carcajadas brotaban de las gargantas más contradictorias.

Polanski le ha devuelto a Un dios salvaje su sabor primitivo, en todos los sentidos. Su breve largometraje -78 minutos- enlaza con la tradición teatral de Mankiewicz, y con el cine de corrido que practica Hitchcock en La soga. Reúne a un cuarteto de excepción en Christoph Waltz, John C. Reilly, Jodie Foster y Kate Winslet, por orden de brillantez en su aparición. Sin embargo, ni el ritmo de la dirección ni la ferocidad derramada por los cuatro actores superan la tersura del texto.

Frente a la astracanada de Verdú y compañía, Polanski honra al teatro sin claustrofobia, porque las invectivas vuelan en todas direcciones. Como en Arte, te inunda la sensación de no haber asistido al montaje definitivo, por mucho que lo hayas contemplado con Pou, Hipólito y Flotats. En sus mejores momentos, Reza apedrea como nadie a la burguesía que llena la platea. En Un dios salvaje puedes encontrar las desavenencias nimias que, al inflarse, colocan a Europa al borde del abismo. O una sana diversión para los públicos menos exigentes.