El otro día alguien del PP, no sé quién era, pero obviamente del PP lanzaba un conjuro presuntamente inapelable contra un recalentamiento del conflicto territorial en España, o lo que es lo mismo, de lo vasco y lo catalán. Los demás nacionalismos son regionalismos y no podrían ser otra cosa además, para bien de las partes.

El asunto asomaba en aquella conversación televisiva naturalmente a raíz de la victoria electoral de CiU en Cataluña y de Amaiur y el PNV en el País Vasco (uno en escaños, otro en votos) en las Generales, lo que no sucedía en Cataluña desde los años ochenta y nunca, creo, o casi nunca al menos, había ocurrido en el País Vasco. Al contrario, por alguna lógica desconocida y, desde luego, aparentemente absurda los nacionalismos arraigados en España, los que han ostentado un apoyo social del cincuenta por ciento o más en sus respectivos territorios desde la Transición política, suelen perder las elecciones generales en sus plazas respectivas; es decir, suelen perder cuando se trata de dirimir quién representa a Cataluña y al País Vasco en Las Cortes, el ámbito institucional que designa y sostiene al principal órgano del poder político del Estado español (el Gobierno central), lo controla y legisla sobre lo principal, aquello que va a regir en toda España y que va a orientar a las autonomías en dineros y en contenidos.

Lo lógico sería al revés, que en los comicios generales un nacionalismo socialmente mayoritario por lo general ganase siempre y, en cambio, que en los autonómicos los nacionalistas no tuviesen tal patente de corso y no pareciese, como parece, una anomalía pasajera que no controlen el poder. ¿Por qué? Porque las competencias de las autonomías han crecido tanto y han dejado a éstas forzosamente tan absorbidas por la gestión de servicios esenciales (sanidad, educación, políticas sociales...) que debieran haberse desideologizado al menos en el asunto "España no, España sí". Pero no, suele ser al revés.

Esta aparente paradoja es muy interesante porque lleva a plantear por lo pronto si no ocurrirá, al contrario, que lo que sucede es que los nacionalistas suelen perder las Generales porque, en el fondo, las mayorías sociales que los sustentan en Cataluña y en el País Vasco por regla general no quieren en serio la secesión, sino sólo que desde el poder autonómico se juegue el juego "me separo, no me separo" a cuenta de que ellos ponen más en la bolsa de todos, etcétera, y al objeto de sacar más tajada de una tarta que no piensan abandonar (el mercado español) porque viven de ella, como los alemanes del resto de Europa. Salvo cuando ven que la ola del nacionalismo español (el PP ahora) es tan grande que entonces protegen el juego a jugar votando CiU, el PNV (o Amaiur, me atrevo a añadir).

Pasó en la etapa de Felipe González con Jordi Pujol. Y sigue sucediendo: si les dices, vale, votemos y, si acaso, ciao, nos vemos en Europa, entonces no se van, dirán que no sé qué, no querrán jug(á)r(sela). Pero el nacionalismo español es torpe, además de rancio, les entra al trapo y los tiene engrasados.

Bueno, las palabras del conjuro de aquel dirigente del PP eran más o menos las siguientes: la crisis es tal y preocupa de tal modo, estamos tan a punto de que todo se vaya al diablo (no lo dijo literalmente pero es lo que vino a decir) que a nadie en su sano juicio se le va a ocurrir abrir el conflicto por el reparto, cuando lo que hay para repartir es tan poco y cuando saben que apenas estamos ya salvando los muebles, los muebles de todos, los suyos también. Pues precisamente por eso resurgirá ahora la cuestión catalana y la vasca, porque necesitan a España más que nunca y para mí que jugarán ese juego a fondo.