Lo de la desconfianza en las instituciones es preocupante, de acuerdo, pero no tanto como los motivos que las instituciones dan para desconfiar. Quiere decirse que si las instituciones se portaran bien, les tendríamos afecto. Va el Rey, por ejemplo, y dice que aquello de que todos (excepto él, por cierto) somos iguales ante la ley no hay que personalizarlo en su yerno. De acuerdo, no lo personalicemos. Supongamos que aquellas palabras pronunciadas durante su discurso de Nochebuena nada tenían que ver con el asunto Urdangarín. ¿A qué venían entonces? ¿Por qué decir una obviedad de ese calibre si no había en el horizonte nada que lo justificara? Es como si nos hubiera advertido de que no se deben pasar los semáforos en rojo. Habría sonado como un disparate, a menos que un familiar suyo (Urdangarín, por ejemplo) hubiera sido multado por hacerlo.

Los políticos, incluido el Rey, quieren que las cosas sean y no sean a la vez, lo cual resulta imposible. Don Juan Carlos no tenía más remedio que aludir en su discurso de este año al asunto de su yerno. Y lo hizo, pero negando al día siguiente que lo hiciera. Todo eso resulta muy fatigoso para el contribuyente, que bastante tiene con ganarse la vida. Otra cosa: la Casa Real, que conocía desde hace cuatro años los tejemanejes de Urdangarín, se limitó a cambiarlo de diócesis, como hace la Iglesia (otra institución en alza) con los curas malos. Si asuntos de este tipo, en apariencia insignificantes, comen la moral del contribuyente, qué no harán espectáculos como el de Valencia, donde el juicio por los trajes de Camps resulta una nadería en relación con lo que se intuye.

Volvamos a lo pequeño: todo un ministro de Fomento se cita en una gasolinera con un sujeto de mala reputación. Aun contando con la presunción de inocencia, el asunto huele que apesta y Blanco debería haber dimitido ya. Pero veamos algo más pequeño todavía: un grupo del PSOE publica un manifiesto (Yo sí estuve allí) al poco de otro titulado Mucho PSOE por hacer, y al día siguiente de publicarlo niegan que el segundo fuera una respuesta al primero. Por favor, no nos agoten de ese modo, no nieguen las evidencias, no mientan, en fin, o no lamenten luego el desafecto de los ciudadanos.