El célebre escritor inglés J. Ruskin aseguró que la grandeza no se enseña ni se conquista, sino que es la expresión del espíritu de un hombre creado por Dios. Un posicionamiento que comparto y al que me atrevo a añadir el hecho de que la grandeza está en su humanidad. A este respecto, durante el paso de los años, por nuestras vidas, hemos conocido personas que por su buen hacer, su visión de futuro, su capacidad de trabajo, y su humanidad marcan nuestras vidas. Y todo ello me lleva a pensar, con justicia, en don Antonio Rodríguez Suárez.

Todo se remonta a los años 60 en Londres cuando tuve la fortuna de conocerlo. En los años 60 existían en el mercado de Covent-Garden 16 oficina de exportadores canarios y don Antonio Rodríguez, como pocos, tuvo una extraordinaria visión de futuro, siempre apoyado por su hermano Moisés; hasta llegar a consolidar la gran empresa que hoy es: Rodrigonsa, S.A.

Desde el primer momento vi a un hombre sin dobles caras, amable, campechano, dialogante, bondadoso, y todo un canarión que dominaba el inglés a la perfección. Él dirigía el negocio familiar de fruta de hijos de don Moisés Rodríguez González, mientras que su hermano, Moisés, lo hacía en la ciudad de Liverpool. Durante cinco años vivió junto a su esposa, doña María Teresa Marrero, en el barrio de Bayswater, situado entre Notting Hill y Marble Arch. Siendo, a su vez, vecino de don Manuel Soria Segovia y su señora doña Pilar López, padres de nuestro flamante ministro don José Manuel Soria. Asistió a la Cámara de Comercio de Londres para defender los intereses de Gran Canaria. No en vano su oficina en la calle Neal Street, en Covent Garden, estaba siempre abierta para los canarios, tanto los que marcharon a Londres a estudiar como los que fueron a trabajar. De hecho, me consta que ayudó a muchas personas. Una actitud que siempre le ha caracterizado tal y como se puede apreciar con sus continuas colaboraciones con, por ejemplo, Cruz Roja, Cáritas Diocesana y San Juan de Dios.

Hoy, tras más de 40 años, puedo escribir estas líneas con la satisfacción de que las grandes amistades son incuestionables e inmarchitables. Lo mismo que la sonrisa y la bondad de las personas. Sinceramente, es un honor encontrarme con un ser como Antonio Rodríguez. Porque las personas se definen por sus palabras y actos. Y, en este caso, estamos ante un gran hombre, un pionero, un gran amigo de todos los que, por fortuna, actúan con la verdad y la honradez como identidad.