Jonathan Allen (Las Palmas, 1963) es un personaje curioso. Canario y británico, se educa en Inglaterra y, siendo bilingüe, se licencia en Filología Francesa en Cambridge. Profesor de la ULPGC de Francés, trabajó en el CAAM, es crítico de arte, colaborador de la prensa, director de publicaciones y últimamente novelista y narrador. Entre sus últimos libros figuran Venecia & otros cuentos de amor y alcohol (Idea, 2011), 2 cuentos para Berto Herrera, con ilustraciones de Luis Arencibia, y Napoleón en Santa Helena & otros cuentos (Huerga y Fierro, 2010). Después de El sueño de Praga (Idea), traducida al checo, nos muestra su prosa a la manera clásica, su estilo descriptivo y reposado. Aquella era una metáfora sobre la pasión de coleccionar, con el regusto de novela histórica, y se planteaba comenzar una serie de novelas metafísicas, entre lo real y lo fantástico, los límites de la conducta humana. La literatura debe explicar al hombre en su entorno, eso es lo que intenta y consigue en estos relatos recientes. Extranjeros trasterrados en las islas abundan en deliciosos relatos de Jonathan. Gusto por el relato, voluntad de estilo, propósito narrativo que podría ubicarse entre Dickens, Henry James, Kafka y Milan Kundera. Ironía fina, escritura lineal pero con un lenguaje muy cuidado. Entiende que la literatura debe explorar la vida, debe introducirse en la relación del ser humano con su entorno, el espacio, el tiempo, la historia del propio autor, la historia que conformamos todos. El autor es juguetón, le encanta introducirse en tiempos remotos, exhibir su erudición, jugar a los anacronismos. Construye climas populares y ambientes distinguidos con variedad de recursos. Escribe con una cierta distancia, como si su pluma fuera el ojo de una cámara a lo Nouveau Roman, en él pesa la tradición literaria desde Dickens a Henry James, de Cervantes a Milan Kundera. Tiene gusto por los personajes y los ambientes antiguos, escribe como si fuera un aristócrata europeo que observa la vida con guiños de humor y fina ironía británica. Si nos acostumbráramos a sumar en vez de a restar, a pasar por alto las mezquindades y miserias de la vida literaria, deberíamos tener en cuenta los registros de esta narrativa.

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