Dispuesto siempre a la cooperación cultural, Don José Miguel Alzola nos asombra por la brillantez de sus discursos y la contundencia con que los vocaliza. "¿Pero es verdad que tiene tantos años?", se pregunta algún oyente. Es tan verdad como que ha llegado a los 99 en su casa natal de la calle de la Peregrina, "biografíada" en el último de sus libros llegados a mí (2001) De su bibliografía de veintitantos títulos tengo predilección por una decena (el primero, sobre Don Chano Corvo y su jardín, es de 1973) en los que la investigación de la historia se deja llevar por los afectos evocadores y urde espontánamente una tesis sobre la idiosincrasia canaria. Linajes familiares, espacios solariegos, enclaves urbanos, monumentos, tradiciones, costumbres, ocupaciones e industrias desfilan en sus páginas con toda precisión documental y, al propio tiempo, exaltados por la mirada afectiva del escritor que respeta y ama cuanto glosa y analiza. Esa es la quintaesencia de los libros de Alzola. Y ese es el acento de su caballerosidad, tan de otro tiempo como de todos los tiempos porque nace del espíritu abierto y liberal, acogedor y amistoso que describe por sí solo la manera de ser canaria.

El órgano de encuentro de las sociedades culturales de las Palmas de Gran Canaria, Asoclub, ha materializado la feliz idea de la Fundación Universitaria de homenajar en vida al esclarecido grancanario, y hacerlo ante la fachada de su casa de La Peregrina, una calle asociada para siempre al insigne morador. Los 99 años de edad son causa oportuna pero no excluyente. Los días de Alzola discurren en compañía de Maria Isabel, su magnífica esposa, y de sus sobrinos, abogados como él, artistas y ciudadanos estimados sin excepción. Pero el gran humanista también vive inmerso en el "karma" de admiraciones, afectos y gratitudes que, en magnitud innumerable, concita su fecundo paso por la Tierra. Aunque ese acompañamiento emocional no sea presencia consciente, sin duda vibra en los átomos de su atmósfera cotidiana y en la indomable vitalidad de su trabajo intelectual.

Desde que, en 1981, me recibió como socio del Museo Canario, entonces por él presidìdo, siento el estímulo de autoexigencia que una amistad tan honrosa y espléndida como la suya infunde en cuantos la disfrutan. Ayer estábamos muchos a la puerta del número 15 de la calle de La Peregrina, convocados por la oportunidad de una devolucion simbólica. Y deseosos de que la larga vida del maestro lo sea aún mucho más y que su calle siga marcando el camino real de la espiritualidad canaria.