La bajada de estatus de Pons tras la victoria de Rajoy, que lo relegó a labores muy domésticas del partido, se resiste a encontrar su espacio natural. Al PP le hubiese gustado que Jaume Matas no fuese de este mundo o que Camps hubiese sido realmente el pescador de La Albufera, reinventado así para la revista Telva. Pons es el único de la noche electoral, en el balcón de Génova, que no ha encontrado un echadero grandilocuente entre Santamaría y Cospedal. Hasta sus promesas exageradas de puestos de trabajo o sus sarcasmos contrasocialistas le vendrían fatal ahora al presidente, que ya tiene suficiente con manejar el consejo de ministros y una mayoría holgada para montar y desmontar. Pero Pons, luego existo, por un indeseable destino, conecta con Soria y su petrolización de Canarias, y resurge como un ecologista de coleta y bicicleta que dice unas cosas muy bonitas sobre el Mediterráneo y los riesgos de sacar petróleo de su fondo. Pons, decidido a no dejar de existir, circula por las redes sociales, y sus argumentos vienen de miedo para la campaña que se ha desatado en las Islas contra el oro negro. Soria daría todo el petróleo del mundo para que este Pons no fuese tan Pons.