Decía Pericles (430 a.C.) que el hecho de que no tengas interés en la política no significa que los políticos no tengan interés en ti. En una democracia, los políticos intercambian políticas por votos. En España tenemos un sistema de partidos, un sistema electoral y un sistema de alianzas políticas que cuando ninguno de ellos alcanza la mayoría absoluta, el gobierno que se forma no es depositario de la soberanía del pueblo. Son partidos sin democracia interna donde los representados no conocen a sus representantes. Las listas cerradas se han cargado la soberanía nacional y son el origen de la corrupción. Tanto da que el partido más votado sea de derechas o de izquierdas: como no alcance la mitad más uno de los escaños, el gobierno de la nación o de una región autónoma que se forma es de signo contrario al mayoritariamente deseado por la población. Lo más parecido a una guerra de políticos contra ciudadanos. En mis tiempos de estudiante de bachiller o en la universidad, la elección del delegado de curso a mano alzada dejaba bien claro quién contaba con más apoyos. Jamás se dio el caso que se sumaran los votos de los candidatos con menos apoyos para desbancar al ganador, aunque no alcanzara la mayoría absoluta.

Para algunos líderes de opinión del país, los partidos políticos en el poder o en la oposición llevan décadas dedicados a despilfarrar el dinero público, se han convertido en agencias de colocación y han hecho de España un gigantesco enchufe público. Agotadas las posibilidades de contratar funcionarios, los partidos se dedicaron con el mayor cinismo a la creación de empresas públicas y fundaciones (el 95% de ellas son deficitarias) contratando a dedo sin cortapisas y pagando suculentos sueldos para hacer negocios particulares. ¿Qué nos toca a nosotros cuando las decisiones de nuestros gobernantes llevan elevados costes adversos? El mayor error fue que España se fragmentó en 17 trozos que multiplicaron por 17 el gasto político, administrativo y burocrático de España. Un cáncer con 17 metástasis que han despilfarrado el escaso dinero que teníamos. De repente, los ríos de España dejaron de ser españoles para ser propiedad troceada de una comunidad autónoma que hasta le cambia el nombre. Después de 30 años de funcionamiento, la maquinaria autonómica presenta signos inequívocos de agotamiento y de desajustes de sus piezas. Es cuestión de tiempo que caigan todas. Si las CC.AA. fueran unidades administrativas y no políticas, habría más gestión y cohesión y menos derroche, ineficiencia, fragmentación y corrupción.

El control de las cuentas públicas es fundamental para crecer, con o sin el euro. Hay que tener cara y ser tan indecente desde la oposición para jalear los datos negativos de la economía española como una prueba del mal gobierno salido de las urnas hace algo más de 100 días y no mencionar la nefasta gestión de los gobiernos nacionales y autonómicos de los últimos siete años. Esta insoportable demagogia solo ofrece como alternativa declarar a España insumisa a las directrices de la UE. Y ahora mismo existen muchas dudas sobre la viabilidad financiera de las CC.AA. y de las corporaciones locales. Por lo que hemos sabido en estos meses, las cuentas públicas son cada vez más las de un Estado residual. No se puede seguir alimentando el caos autonómico. Además, los nacionalistas catalanes y vascos juegan peligrosamente al alarmismo y a la confrontación amenazando con lograr un nuevo estatus político para sus regiones. Los catalanes cantan al soberanismo mientras en Europa los tachan de insolventes. Alguien tiene que parar y plantar cara a esos delirios esquizofrénicos, retrógrados y mezquinos de independentismo.

Hemos pasado del final del final al principio del principio. Para iniciar cualquier medida de activación económica es preciso poner primero orden en casa. Y la casa, que es España, es un tren destartalado que va por una vía muerta. España es el país con más políticos y cargos públicos por habitantes de toda Europa. No cabe el desorden en las cuentas públicas ni planteamientos del pasado para superar la crisis. Miles de políticos y altos cargos vulneran descaradamente la norma de que no pueden cobrar dos salarios del erario público. Un político, un cargo, un sueldo. En una España dentro de Europa no peligra la calidad democrática, peligra el sistema de chiringuitos que han urdido algunos partidos acostumbrados a no ser contestados en las urnas; chiringuitos montados por gente indecente que no trabajan más que para el bien propio. Cuando maduremos lo suficiente, cuando se acabe la actual confrontación indecente entre partidos y cuando se reestructure el territorio español en una nueva "marca España" más parecida a la de las grandes naciones occidentales, el centeno seguirá creciendo y el guardián lo seguirá guardando. Buen día y hasta luego.