Cansa e indigna escuchar, profusa e interesadamente, la palabra España -sumida en toda clase de flexiones interesadas-, en boca de miembros del Gobierno, dirigentes empresariales y técnicos en economía surgidos de agencias financieras para, súbita y ansiosamente, dar consistencia teórica, economicista, a las políticas de recortes y al cercenamiento de los derechos ciudadanos más esenciales. Esos "intereses de España" nada tienen que ver con el conjunto de ciudadanos que forma este Estado.

España no es Repsol, ni bancos malos, ni las empresas y personas que esconden sus plusvalías en paraísos fiscales para eludir el pago de impuestos. Las 300.000 familias desahuciadas desde el año 2008, los casi seis millones de desempleados, las más de 30.000 personas que duermen en las calles, los 1,7 millones de seres humanos que acuden a los bancos de alimentos sociales, los 300.000 dependientes sin asistencia, los tres millones de ciudadanos que sobreviven con pensiones miserables, los 2,5 millones de parados que no cuentan con prestaciones ni subsidios, toda esta atroz realidad es España, una España colocada en el olvido y la indiferencia de las élites que ostentan el poder político y económico.

España habla español, pero también català, euskera y galego. España es Cervantes, pero también es Lorca y Machado; Alberti y Hernández. España es Europa; y África; y América. España no es una sola nación: las comunidades autónomas son España. España no es el mercado bursátil, ni la prima de riesgo, ni la banca privada, porque España no es especulación ni indecencia; ni la propiedad de unos cuantos.

España no debe ser charanga y pandereta, ni lidia de toros; ni cerrado y sacristía; ni mentiras e injusticias; señores y siervos, amos y esclavos. España no es de sangre azul, ni tierra de caduco pensamiento. Ahora más que nunca tiene que ser la España de la rabia y de la idea. España no debe ser una pesadilla anacrónica, sino un sueño de igualdad, justicia y progreso colectivo. España no debe ser la del alma que tiene azules luceros, mañanas marchitas entre hojas del tiempo. España necesita la voz y la palabra, secuestrada con mentiras por unos pocos.