No, idiota, imbécil, no son los españoles, que no trabajan como chinos, que toman demasiado cafelito, que piden bajas por jaquecas, que hacen argollas, que juegan a los barquitos... Son los bancos, los banqueros, los cabezas de huevo, los inexpertos, los maniobreros, los imprudentes...! Retornamos al origen de la cuestión en la víspera del 15-M: Lehmans Brothers y no sé ni cuántas capulladas más del capitalismo putrefacto habían logrado caer en el sueño de los justos (aunque perseguidas judicialmente por Obama), hasta el punto de que nos han hecho creer (sus adláteres políticos) que los ciudadanos de la receta médica y la beca universitaria somos los grandes culpables de la caída en picado del sistema público de protección. Sin entrar en detalles contables que llevan al mismo agujero, el invento y entrada en barrena de Bankia demuestra, sobre todo, que determinados gestores, convenientemente sostenidos por representantes públicos, son capaces de engañar y mantener en el tiempo una situación artificial insostenible, con daños profundos a pequeños y grandes inversores desinformados. Mientras se desarrolla el maquillaje, con todo tipo de cremas, baboseos y afeites, la opinión pública observa despavorida a una Unión Europea que exige más y más, y a un Gobierno que no sabe qué ofrecer para que los mercados se relajen y dejen de tocarle el punto G a la prima de riesgo. Ahora, de pronto, a la manera del cazador que tenía un ojo tuerto y no decía nada, sabemos que los responsables de la fiscalización de nuestro sistema financiero, en un complot de consecuencias indescifrables, habían unido fuerzas para quitar drama al efecto del ladrillazo sobre la banca española. La credibilidad de los supervisores, de los técnicos, está muy herida. La Unión Europea no se fía, pide auditores independientes, informes que establezcan realmente dónde está el final de la era prodigiosa de los créditos fáciles, de las pólizas fallidas, de los alambicados juegos entre entidades financieras y ejecutivos autonómicos, de préstamos para cumplir con un objetivo político o de condonación de deudas a particulares o a partidos políticos que se han visto favorecidos por gestiones muy personales.

Y para todo ello va a estar detrás el presupuesto público, el dinero de los contribuyentes, que se utilizará para sanear y ocultar la irresponsabilidad. El daño a la democracia es brutal: los afectados por los recortes, la mayoría del país, esperan la puesta en marcha de los mecanismos parlamentarios necesarios para saber qué ocurre, para conocer cómo será la indemnización que se llevará para su residencia Rodrigo Rato y para establecer como tanto Aznar como Zapatero y Rajoy se dedicaron a decir que la banca española era poco menos que la armada invencible. Actuar a partir de la transparencia no sólo es una necesidad política ante las multitudes que exigen una nueva ética de la cosa pública, sino también la fórmula esencial para frenar el desarraigo democrático de los grupos sociales que se consideran pagadores únicos de la crisis económica, ya sea con la pérdida de derechos laborales o con la entrada en el paro crónico. No saber administrar un cóctel tan explosivo procura experiencias que, por desgracia, cada día se acercan más a las fronteras de España: ahí tenemos a Grecia con un renacer neonazi; en otros lugares, cunas del pacifismo y el bienestar social, a lobos solitarios rabiosos por matar; a partidos de ultraizquierda que se convierten de la noche a la mañana en bisagras... La sensación de impunidad puede tomar caminos diferentes, y ojalá todos fuesen tan conscientes y responsables como el movimiento 15-M.