Siempre digo que los impulsos no son buenos ni malos, sino que sencillamente forman parte de nuestra naturaleza humana y que desde luego controlan nuestra vida?, si nosotros no tenemos la suficiente fuerza de voluntad para frenarlos porque pueden llegar a ser nocivos, tanto para quien no los controla como para el que los recibe.

Hace poco tiempo, en una conocida peletería de nuestra calle Mayor de Triana, un padre con sus dos galletones hijos adolescentes (los tres peninsulares) se probaban zapatos, y el hijo mayor, que parecía entrenado militarmente, se decidió por un par con el que se pavoneaba vanidoso (echador, farol, echón) en la tienda con ellos puestos, pero que a su progenitor le parecieron muy caros negándole la posibilidad de la compra. Inmediatamente noté que se avecinaba una tormenta de reproches e insultos por parte del muchacho y, efectivamente, el chico, con un carácter exagerado en las formas, en un impulso colérico, de espasmo cerebral, ni siquiera razonó la prohibición, sino que descalzándose de ellos con brusquedad, se calzó los suyos propios con rabia, sin dejar de echar culebrillas por la boca y con una voz de muchos decibelios que dejaba claro que no cantaba precisamente como un ruiseñor.

Avergonzado el padre, que parecía pacifista desde que andaba en pañales, intentó razonar con aquel pedazo de malcriado, quien dejando al educado progenitor con la palabra en la boca y la mirada de asombro (ojos como antoñitos en hielo), en un segundo impulso de ira y como un motor a reacción salió de la tienda disparado, y con una explosión tan iracunda que nos dejó a los allí presentes más deshinchados que un globo picoteado (sopladera picada). Y aunque ya sabemos que en la adolescencia las hormonas están muy revueltas (la educación de ahora a niños y adolescentes invita a los padres, o mejor "exige" contemplar sólo "los derechos" pero no "los deberes" de sus hijos, hay que ver), estoy segura de que una buena bofetada (cachetón) a tiempo lo habría dejado sereno como la calma chicha. Y a Belén, pastores.