Este puede ser un buen reclamo para todos aquellos que por la crisis no lleguen a final de mes, o justitos, según aconseja el magnate del negocio del plasma con fines industriales, el catalán Víctor Grífols. Hace poco ofreció una conferencia en la escuela de negocios Esade de Barcelona, dando su opinión sobre las bondades de vender, pongamos por caso, mi sangre o la tuya, amigo lector, como respuesta a la situación económica por la que atravesamos. Como vemos en todo, la crisis está poniendo patas arriba el orden establecido que nos habíamos dado durante años y el equilibrio social que posibilitó alcanzar el alto grado de desarrollo y bienestar. Volvemos a los años 40 y 50 del siglo pasado, la hambruna autárquica, en que muchos padres de familia para poder sacar adelante la prole tenían que vender su sangre, sacando un dinerillo extra que le permitía vivir con cierto decoro en una situación llena de carencias de todo tipo. Ya entonces la sangre era importante no solo por ella misma sino por el plasma, ese líquido color amarillento en el que nadan los glóbulos rojos, blancos y plaquetas, talismán que ha convertido ese avispado industrial en un boyante negocio internacional cotizando en bolsas, el Ibex 35 y el Nasdaq de los EE UU. Es tan importante para el Gobierno estadounidense la factoría de plasma de Grífols en Parets del Vallés, que es uno de los tres elementos de relevancia estratégica que dicho Estado tiene con nuestro país, siendo los dos restantes el estrecho de Gibraltar y el gaseoducto que conecta la península con Argelia, tal como revelaron las filtraciones de Wikileaks.

La sangre no debería ser objeto de negocio por nadie, evitando los Estados que alguien con vocación de vampiro pueda enriquecerse desmedidamente con ella. Aquí tenemos la acendrada cultura del altruismo y por la sangre no cobramos, se dona, debido a eficaces campañas institucionales que han fomentando una edificante solidaridad. Si Grífols está en su sano juicio debe saber que poca ganancia tendrá su industria de los hemoderivados, salvo que la recesión que se vive haga buena su recomendación. También, para hacer justicia, debemos estar agradecidos por la gran labor que vienen realizando los Testigos de Jehová tendente a no comercializar la sangre, aconsejando en su lugar la investigación y adopción por los hospitales de métodos alternativos menos costosos y sin peligro para el paciente; su dogma de fe les conmina a que no sea necesario trasplantar a alguien la sangre de otra persona. ¿Es lícito y ético el comercio de la sangre? La crisis y el sistema lo allanan todo. ¡Ah! y a propósito de las extracciones sanguíneas, pues se le parece, ¿no estamos siendo ya desde hace tiempo vampirizados por las entidades crediticias?