Los estudiosos que se ocupan del análisis de la ciudad hacen gran hincapié en cuestiones como su construcción física, la distribución de su población y de sus distintos grupos sociales o la producción de riqueza en ella. Naturalmente, tales asuntos son decisivos para la comprensión de esta forma de aglomeración humana que se extiende vertiginosamente por el planeta. Pero, obviamente también, una ciudad es un constructo extraordinariamente complejo cuyo conocimiento no agotan los enfoques positivistas, otras aproximaciones que atienden a dimensiones más evanescentes pueden contribuir también a arrojar luz nueva sobre ella. Una de estas aproximaciones, una de las que han adquirido más vigor tras la crisis de la razón totalizante, es el estudio de los imaginarios urbanos.

La literatura, en cuanto que creación de posibles que se presentan como reales en ella, constituye una herramienta inestimable para el estudio de estos imaginarios urbanos, y en el caso de la ciudad contemporánea, precisamente por las incertidumbres que se ciernen sobre su horizonte temporal inmediato, entraña además el carácter de valiosa prospectiva sensible.

Estos días, mientras leía La ciudad del vacío (Anroart, 2007), de José A. Alemán, pensaba en el desvanecimiento de la realidad que comporta el vértigo de la modernidad, y me identificaba con Abián, el habitante de Puerto Escondido, como llama Alemán a LPGC en esta y sus otras novelas publicadas: "No sabía en qué momento las transformaciones del entorno fueron tantas que se tragaron la vieja ciudad. Ni qué cambios concretos marcaban el antes y el después que la memoria necesita discernir para asentar los recuerdos".

Me temo que mi reloj biológico, que ya marcó la hora de mediodía, no me concederá futuro suficiente para que llegue a comprender retrospectivamente la significación y el alcance de las transformaciones que están cambiando la faz de Puerto Escondido, las mutaciones de nuestro presente escondeño. Me pregunto si se está consumando ahora mismo o se ha consumado ya lo que algunos han dado en llamar la "ciudad-isla" y vuelvo a la estupenda novela de José A. Alemán. Pienso en que como el escondeño se desplaza "al golpito para no 'gastar' la isla, para que les ocupara toda una vida despaciosa consumir el continente miniaturizado". Y me perturba imaginar que la modernidad desbordada pueda llegar a liquidar tal cosa como "la noción escondeña del espacio y el tiempo".