El próximo día treinta celebramos el día de Canarias, y deberíamos aprovechar para, de algún modo, revisar lo que significa o lo que debería ser la verdadera razón de su existencia.

Canariedad no es solo la manifestación folclórica a la que estamos acostumbrados, que también, sino los siglos de cultura que poco a poco han ido forjando lo que verdaderamente significa ser canario en el panorama intelectual de hoy en día.

Disfrazarse de pastor con un cachorro y un garrote no es suficiente, que también, sino personas como Antonio López Botas, Domingo J. Navarro, Juan E. Doreste y Felipe Massieu en el ámbito político, entre otros muchos se dejaron la piel por esta tierra. Irse de tenderete y cantar las maravillosas isas, folias y malagueñas del indómito Néstor Álamo no es suficiente, que también, sino ilustrados como Viera y Clavijo, Bartolome Cairasco, Benito Pérez Galdós y una Pléyades de autores a cual mejor.

Las romerías con carretas engalanadas y rebaño de cabras incluida no es suficiente, que también, sino artistas como Manolo Millares, Martín Chirino o César Manrique repartidos por salas y museos de todo el mundo.

Fumarse una cachimba bajo una manta esperancera esperando a que los tollos se sancochen mientras suena un timple allá por san Borondón no es suficiente, que también, sino músicos y cantantes como el universal Alfredo Kraus, Teobaldo Power, Falcón Sanabria y una legión incalculable.

¿Por qué los políticos se disfrazan de pastores, bolleros, gañanes y mamporreros cuando se van de gira en una romería y no se visten de Néstor, Santiago Santana, José Román, Juan José Gil o Leopoldo Emperador y otros muchos, a lo mejor se les pega algo.

En definitiva, ser canario es un sentimiento, una filosofía de vida, un enamorado de su tierra y, como todo enamorado que lo es de veras, es preciso que se apasione por ella y por el camino que a ella conduce. Porque al final solo hay dos cosas que el hombre guarda en su corazón: la tierra que le vio nacer y la madre que le parió.