Quienes somos dados a las conmemoraciones literarias no tendremos que esperar cien años para valorar la presencia de Vargas Llosa en las calles de nuestra ciudad. Tal vez otros lo hagan por nosotros. Un siglo es mucho tiempo (como sucediera con el Unamuno de 1910), y en la vorágine actual, diez días bastan para tomar perspectiva antes de ser devorados por la cascada de acontecimientos que nos arrollan. Es indiscutible que el novelista ha dejado una estela no solo por su proyección mediática, sino por el contenido de tres lecciones de hondo peso socio literario.

En síntesis, el Nobel (al igual que en su momento hiciera Saramago), actuó como un gurú en el cobijo de una tribu que ya se ha convertido en aldea global. El término no es peyorativo y, según la Academia (DRAE), es la persona a quien se considera guía espiritual, o a quien se le reconoce autoridad intelectual. No obstante, su discurso no es del todo novedoso por lo que su puesta en escena puede haber sido un tópico. Y como decía Machado/Mairena, los tópicos son nuevas acuñaciones. Vargas Llosa aquí en Las Palmas volvió a acuñar su argumentario en tres tiempos presenciales.

En el Teatro ofreció una lección de ciudadanía. En el campus de Humanidades, a la sombra de un laurel de Indias, su conversación giró en torno a la visión plural de la cultura y de la sociedad y la necesidad de la lectura. Y en la Universidad su reflexión fue sobre el rigor en el conocimiento y la tenacidad.

Volvimos a recrearnos con su hermosa expresión oral y pudimos observar en directo cómo los jóvenes se bebían su verbosidad con los ojos, y cómo sus palabras, con sus razones, se extendieron como semilla en las tres audiencias y ante el perfil de tres generaciones diferentes. Los intelectuales están diluidos como azucarillos en el seno de una sociedad que fagocita las ideas. Las tertulias en los medios son un montaje que da rienda suelta al griterío y la zafiedad.

El desarme ideológico y el descrédito moral de los dirigentes nos tienen colocados en una masa más instintiva que racional. ¿Qué sentido tienen los nacionalismos? ¿Dónde queda la esperanza? ¿Cuál es la tabla de salvación? Porque el movimiento de los indignados tampoco es consistente. Democracia sana y participación social siguen siendo el camino más sólido.