Probemos la reducción al absurdo, y hagamos un borrón y cuenta nueva. Olvídense del nombre del beato y relamido Carlos Dívar, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, un católico devoto, siempre atildado, que si se pusiera un solideo no se distinguiría de un cardenal palaciego. Supongamos que una llamarada solar da marcha atrás a la historia y, como en un túnel del tiempo, nos encontráramos de repente en la era Zapatero. Cerremos los ojos y situémonos. Un día, los periodistas de investigación de 'El Mundo', dirigidos en persona por Pedro J., que a la vista del escándalo se ha roto los tirantes diseñados por su mujer, Agatha Ruiz de la Prada, de tanto estirarlos nerviosamente, descubren que el presidente del Gobierno ha ido repetidos fines de semana, más de una docena, o de dos, a alojarse en un lujoso hotel de Puerto Banús, a cargo de los presupuestos; que ha ido, como es obligado, con su séquito de escoltas y chóferes oficiales, y que en los larguísimos puentes se ha reunido con gente cuyo nombre se ignora, aunque en alguna ocasión ha aprovechado para hablar con políticos o empresarios.

La denuncia, que ofrece 'El Mundo', ha partido de una autoridad que aporta abundante documentación acreditativa, como mínimo, de la existencia de una veintena de viajes, siempre al mismo destino, siempre en fines de semana larguísimos, porque practica la 'semana laboral caribeña', siempre fuera de la agenda oficial. ¿Qué diría el jefe de la oposición, un Mariano Rajoy que apuesta por la regeneración del país?, ¿y los portavoces de las asociaciones conservadoras del 'poder judicial'?, ¿y los coros y danzas de las TDT madrileñas?, ¿y Esperanza Aguirre, y Ruiz Gallardón, y el jurisconsulto Trillo, reconquistador de Perejil; y los jueces intachables, independientes, que han empurado a Baltasar Garzón por mucho menos? ¿Qué diría la plana mayor del PP si la Fiscalía afirma que no ve indicios de delito, ni prevaricación, ni malversación de caudales públicos, ni abuso, ni nada de nada, en tantas excursiones 'oficiales' a un lugar como Marbella, en ausencia de acontecimientos que justifiquen semejante sacrificio personal, dejar atrás a la familia, trabajar los días que el Señor dedicó al descanso y a la oración? Aznar, que nunca se mira la viga en el propio ojo, habría aprovechado alguna de sus conferencias en EE UU para pedir decencia. Si hay una norma imperecedera en la política y en la judicatura es la frase de Julio César cuando su esposa le puso los cuernos: la mujer del César no solo tiene que ser honrada sino parecerlo. "El presidente -habrían argumentado, con mucha razón, los populares- no parece honrado".

Cualquier parecido con la realidad de esta historia no es pura coincidencia, sino 'insana' intención de demostrar que en España la subida de la prima de riesgo es paralela a la pérdida de la vergüenza. Solo que no la protagoniza José Luis Rodríguez Zapatero sino el presidente conservador (aunque nombrado por Zapatero para agradar a la derecha y a los obispos ) del Consejo General del Poder Judicial. Todos los hechos están probados; han sido denunciados por un vocal y constan con pruebas indubitables.

Ocurren poco después de que Rajoy haga pública su enésima intención de exigir una acrisolada honradez en los servidores públicos. Pero lo más asombroso de este episodio es que Dívar no dimita ipso facto; y que el Consejo en pleno no ponga por encima de sus procedencias la pureza y el compromiso democrático que se requiere en ese organismo. ¿Quién va a confiar en esos magistrados veletas, permisivos y celosos de sus ringorrangos como garantes de la ética e insobornables vigilantes de la moral pública? ¿Es ese el rasero para los políticos y funcionarios que hagan lo mismo? ¿No sienten vergüenza ni temor al abrir una puerta hacia el relajo... y la corrupción?

(tristan@epi.es)