Ayer salió a la luz un estudio novedoso: la dieta mediterránea está relacionada con una mayor calidad de vida y aporta no solo beneficios, digamos, en lo que se refiere al chasis del cristiano, sino también para su tino y entendedera. No hagan ni caso.

Este guineo de que la dieta mediterránea usted la come y saltaperica y carbura mejor que un americano, un noruego o un japonés, que geográficamente quedan fuera del ámbito mediterráneo, no se lo cree ni el Congreso Nacional Canario. Sobra decir que estos estudios con idénticas conclusiones se han venido oreando desde que Ulises pretendía a Penélope y es evidente que la civilización en el entorno de este charco salino ha ido a peor. Casi todo el conjunto de países que le dan al pepino y los lechugos se encuentran en estos momentos con una porquería de calidad de vida y pidiendo oxígeno por señas a otros estados que tiran más por la salchicha, como Alemania, o el búfalo, como el Canadá. Lo que aquí está pasando es que de tanto comer hierba y purgarse con aceite nuestros políticos, jueces y economistas se han ido pajariando, proceso por el cual el cerebro de la persona se reduce a un alpiste, y de ahí a lo presente.