En un lugar del mundo, Carlos se levanta a las cinco de la mañana para caminar durante dos kilómetros hasta llegar a su puesto de trabajo. Tiene 11 años y las manos encallecidas por la dura jornada de 12 horas diarias en el taller donde manufactura ropa y calzado para una empresa multinacional española a 20 céntimos de euro la pieza.

No es el único infante víctima de abusos capitalistas. En la actualidad, 400 millones de niños viven en el mundo una situación de esclavitud. Son explotados para abaratar los costes en la fabricación de bienes de consumo para los países desarrollados, por parte de empresas que cotizan en bolsa y obtienen grandes plusvalías en una inercia inhumana pero imparable porque las autoridades políticas, títeres de lobbies económicos, miran con indecente complicidad hacia otro lado.

No es hasta la Convención de los Derechos del Niño, de 1989, cuando se reconoce a los infantes como agentes sociales y titulares de sus derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos. A día de hoy ha sido aceptada por todos los países del mundo, excepto Somalia y EE UU.

A pesar de que se articulan medidas de protección, la esclavitud infantil alcanza también a niños de países desarrollados como el nuestro. Según datos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), sólo en nuestro país hay 20.000 menores víctimas de la explotación laboral. La dinámica de empobrecimiento de la población y la legitimación de barra libre normativa a los empresarios, emprendida por el actual gobierno y la casta política española -colaboradora necesaria-, aumenta exponencialmente las desigualdades y la eliminación práctica de derechos, de manera especial los de la infancia. Y mientras empresas españolas, muy conocidas por la población, aumentan sus beneficios, explotando a niños del tercer mundo, el bipartidismo español les facilita una fiscalidad a la carta y toda clase de prebendas jurídicas y económicas. Los ciudadanos no podemos permitir esta realidad. No olvidemos, como dijo la escritora Gabriela Mistral, que el futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde.